El turno de los “terceros”
La familia entera está sumida en la búsqueda de los papeles que prueban la procedencia española de los abuelos maternos. Revuelven archivos, interrogan a los que alguna vez fueron vecinos de esa asturiana cascarrabias y del pichón de canario que era su esposo. Ya tienen las certificaciones de nacimiento y las actas de bautismo de todos los tíos y hasta se las han agenciado para colarse en Internet y escudriñar las bases de datos de Ellis Land. Antes de noviembre deben hacer el árbol genealógico probando que son nietos de españoles, “terceros” en una línea de sucesión que podrá garantizarles un nuevo pasaporte.
La Embajada de España en La Habana se está preparando para el tsunami de cubanos que puedan presentar pruebas de su ascendencia peninsular a finales de este año. Son los descendientes de aquellos que una vez hicieron el viaje hacia esta Isla en busca de mejores oportunidades. Muchos de aquellos inmigrantes de mediados del siglo XX se aplatanaron, perdieron el acento y terminaron por sentirse cubanos. Ahora sus nietos quieren emprender el camino de retorno, empujados por la falta de expectativas y las penurias materiales.
Mi vecino Yampier está entre esos casi tres millones de cubanos interesados en rescatar su estirpe española. Para adaptarse a su nueva condición, ha comenzado a leer la biografía de Juan Carlos y de Sofía, a decir “Madriz” y no “Madrí” -como lo pronunciamos por aquí-. Se ha hecho fanático del Barça y declama fragmentos del Cantar del Mio Cid mejor que muchos peninsulares. En una gaveta ha dejado guardado su pasaporte gris, ese que dice República de Cuba y que es visto con ojos recelosos en todos los aeropuertos del mundo.
En unos años, cuando alguien le pregunte por su origen, dirá algo así como: “una parte de mi infancia y juventud la pasé en Cuba, pero en realidad soy europeo”. Sin embargo, su abuela Asunción y su abuelo Francisco siguen enterrados, tal y como lo desearon, en el Cementerio de Colón de la ciudad de La Habana.