Ven y vívelo

Yoani Sánchez

19 de enero 2009 - 09:03

 

Inspirada en una de esas tantas propagandas turísticas, se me ha ocurrido una idea para atraer visitantes a la Isla. No se trata de un viaje ecológico para apreciar la naturaleza o de un tour histórico por las plazas y monumentos del país. Una estancia a “lo cubano” podría ser el slogan de esta campaña turística, condenada de antemano al desinterés de sus posibles receptores. Ven y vívelo, rezaría en la portada de la libreta de racionamiento que se le entregaría a cada uno de los que se apunten a esta aventura.

El hospedaje no se parecería a las habitaciones de lujo que muestran los hoteles de Varadero o Cayo Coco, pues nuestros turoperadores sugerirían cuartuchos en Centro habana, solares en Buena Vista y un abarrotado albergue de damnificados por los huracanes. Los turistas que compren este paquete no podrán manejar moneda convertible y para sus gastos de dos semanas contarían con el salario medio de un mes: trescientos pesos cubanos. De esta forma, no podrían montarse en taxis de divisa ni conducir un auto rentado por las carreteras del país; el uso del transporte público sería obligatorio para los interesados en esta nueva modalidad de viajes.

Los restaurantes les estarían vedados a quienes opten por esta excursión y recibirían un pan de ochenta gramos cada día. Quizás y hasta tengan la suerte de alcanzar media libra de pescado antes de que salga el vuelo de regreso. Para moverse a otras provincias no contarían con la opción de Viazul, aunque en lugar de estar tres días en la cola para un boleto, podría dárseles la ventaja de comprarlo después de sólo una jornada de espera. Tendrían prohibido el subirse a un yate o contratar una tabla de surf, no fuera a ser que terminen su estancia a noventa millas y no en nuestro “paraíso” caribeño.

Al finalizar su estancia, los arriesgados excursionistas obtendrían un diploma de “conocedores de la realidad cubana”, pero tendrían que venir algunas veces más para ser declarados “adaptados” a nuestro absurdo cotidiano.  Se irán más flacos, más tristes, con una obsesión por la comida que saciarán en los supermercados de sus países y, sobre todo, con una tremenda alergia ante los anuncios turísticos. Esas doradas propagandas que muestran una Cuba de mulatas, ron, música y bailes no podrán esconder el panorama de derrumbes, frustración  e inercia que ellos ya han conocido y vivido.

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