Vender e irse
Las noticias se viven varias veces en esta Isla. Primero se intuyen pero no se publican. Luego se anuncian lacónicamente en algún medio nacional y con posterioridad el eco de ellas alimenta –una y otra vez- la fantasía popular. Así ha ocurrido con la reciente información sobre flexibilizaciones en la compra y venta de casas. Desde meses –quizás años- daba vueltas el rumor de que una nueva ley de la vivienda estaba a punto de aprobarse, de que este absurdo inmobiliario no aguantaba más. Pero sólo cuando el Congreso del PCC lo incluyó en su lineamiento 297 fue que pudimos ponerle algo de certeza a tanto titubeo. Aunque tardía, la medida nos ha arrancado una exclamación de alivio, pero también ha destapado nuestras suspicacias.
Curiosamente, la mayoría de las personas a quienes le comento el tema me hacen una y otra vez la misma interrogante. ¿Se podrá vender la casa antes de irse del país? preguntan todos, como si el negocio inmobiliario fuera apenas un escalón para cumplir el extendido sueño de emigrar. Hasta el momento, alguien que parte definitivamente es despojado de sus propiedades. Sólo si bajo el mismo techo –y por diez años- habitaba con un familiar, éste último tenía la posibilidad de quedarse en la casa, pero pagando nuevamente a la Reforma Urbana el valor de la propiedad. Los desalojos forzados a quienes no cumplían esta regla pasaron a ser comunes en el paisaje de esta capital. Ahora, la gran adivinanza es si el dueño del inmueble tendrá la potestad de disponer de él en el mercado y usar ese dinero para radicarse en otra latitud. ¿Cuánto tiempo deberá transcurrir entre esa operación comercial y la salida del territorio nacional?
Nos han embaucado tanto, que la gente prefiere resguardarse en el escepticismo y creer que las nuevas medidas vendrán llenas también de restricciones. Me sorprendo optimista entre tanto recelo. Argumento a los que dudan que el gobierno está obligado a abrir, o la realidad se lo lleva por delante, pero ellos prefieren seguir sin ilusionarse. No obstante la desconfianza, muchos acarician la idea de ofrecer las paredes entre las que viven a cambio de un boleto y una visa que los saque de Cuba. Vender e irse, trasmutar un techo aquí por un alquiler allá, usar su pequeño patrimonio para escapar. Y todo eso antes que el banderín inmobiliario vuelva a caer, antes que sea dado el paso atrás.