Antihéroe

Yoani Sánchez

16 de agosto 2009 - 16:47

Pudo haberse quedado en un alcohólico tirado en una esquina dormitando la embriaguez –como hay tantos en esta ciudad- pero él quiso también pronunciarse. Saltó frente a una cámara y clamó por comida, que viene a ser la obsesión nacional junto a las ansias de cambios. Su espontaneidad y el énfasis que le dio al pedido de “jama”, convirtieron al breve video de Juan Carlos –alias Pánfilo- en un "superhit" en las redes alternativas de información. No recuerdo otro material visual que haya hecho metástasis tan rápido en nuestra sociedad, a no ser el vídeo de Eliécer Ávila versus Ricardo Alarcón el año pasado.

Pánfilo comprendería –pocos días después de difundirse sus imágenes- que al manifestarse se había delatado. Sus palabras eran como un círculo rojo alrededor de su cabeza, un anuncio lumínico a la entrada de su casa o un dedo señalando sobre su vida. La lupa del poder, esa que pende sobre todos nosotros, reparó en él y comenzó a hurgar en sus debilidades. Salió a flote que no tenía trabajo, había sido procesado por robo, probablemente compraba ron destilado en el mercado negro y otras tantas tropelías que cometemos los cubanos -cada día- para sobrevivir o escapar. Bastó que fuera sincero frente al micrófono y se quitara la máscara, para sentir el bisturí de la represión hurgando en su existencia.

En una sociedad marcada por la penalización contra el que expresa sus opiniones, ya ni los locos ni los niños dicen lo que piensan, apenas los borrachos. De ahí que no me sorprendió la noticia de que le buscaran a Pánfilo una figura delictiva por la que juzgarlo y apareció la acusación de “peligrosidad predelictiva”, por la que le exigen dos años de prisión. El proceso judicial debe haberle devuelto la sobriedad más rápido que un cubo de agua fría y que un café extremadamente fuerte. Aunque todavía tiene la posibilidad de apelar esa decisión ante un tribunal, es poco probable que salga sin castigo, pues no se trata de un escarmiento dirigido sólo a él. Si no lo condenan, quién va a impedir que los alcohólicos de esquina, los borrachines de barrio, se paren frente a una cámara y comiencen a gritar por todo aquello que nos falta: ¡Jama!, ¡Futuro!, ¡Libertad!

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