Apple vs FBI, una disputa vista desde el prisma cubano

Un iPhone de la empresa Apple. (EFE)
Un iPhone de la empresa Apple. (EFE)
Yoani Sánchez

05 de marzo 2016 - 21:33

Washington/Cuando le devolvieron el teléfono móvil todos sus contactos habían sido borrados y la tarjeta con las fotos ya no estaba. Historias como esta se repiten entre activistas detenidos, sobre los que también se mantiene una férrea vigilancia con la complicidad de la Empresa de Telecomunicaciones (Etecsa), brazo tecnológico de la represión en Cuba. Una entidad que debería tomar nota del desplante que Apple le ha propinado al Buró Federal de Investigación (FBI) en Estados Unidos, al negarse a acceder a los datos de sus clientes.

Por décadas, la sociedad cubana se ha acostumbrado a que el gobierno no respete el espacio privado de los individuos. El Estado tiene la potestad de hurgar en la correspondencia personal, mostrar expedientes médicos frente a las cámaras, publicar en la televisión mensajes privados y transmitir en los medios conversaciones telefónicas entre críticos del sistema. En un marco así, la intimidad no existe, el espacio propio ha sido invadido por el poder.

La gente ve como algo “normal” que los teléfonos estén intervenidos y que en las casas de los opositores los micrófonos ocultos capten hasta el mínimo suspiro. Se ha vuelto práctica común que Etecsa retire el servicio a los disidentes durante determinados eventos nacionales o visitas de líderes foráneos y que bloquee la recepción de mensajes cuyo contenido le incomoda. Esa situación orwelliana se ha prolongado tanto tiempo, que pocos reparan ya en la ilegalidad que supone y la violación de los derechos ciudadanos que entraña.

La sensación de supervisión constante ha llegado a impactar la manera en que hablamos y la ha llenado de susurros, gestos y metáforas, para no decir aquellas palabras que podrían meternos en problemas

La sensación de supervisión constante ha llegado a impactar la manera en que hablamos y la ha llenado de susurros, gestos y metáforas, para no decir aquellas palabras que podrían meternos en problemas. Hasta el punto que pocos mencionan el nombre de Fidel o Raúl Castro y lo sustituyen por muecas que simulan una barba, unos ojos achinados o los dos dedos que colocados sobre el hombro aluden a “ellos”, “el poder”, “el gobierno”, “el partido”.

Los límites de un Estado para obtener información privada se hallan en estos momentos en el centro del debate internacional, a partir de que el gobierno de Estados Unidos exigiera a la empresa de tecnología Apple desbloquear el teléfono usado por un terrorista que protagonizó un tiroteo en California donde fallecieron 14 personas. Las discusiones han subido de tono entre los que esgrimen los requerimientos de la seguridad y aquellos que ven como un peligro vulnerar los derechos a la protección de datos.

Muy lejos de esos cuestionamientos se encuentra la sociedad cubana, donde ni siquiera se plantea públicamente la necesidad de reconquistar la privacidad perdida en más de medio siglo de intromisión del poder en todas las esferas de la vida cotidiana. Hasta llevar un diario privado, cerrar la puerta de una habitación o hablar en voz baja, son mal vistos por un sistema que intentó sustituir la individualidad por la masificación y erradicar la intimidad en la promiscuidad de los albergues o los cuarteles.

Apple teme que al crear un software que desbloquee sus teléfonos, ya no pueda evitar que el gobierno o los hackers lo usen para colarse en la información privada de millones de inocentes. Sabe que cualquier poder es insaciable en cuanto a la información que quiere tener sobre los otros, de ahí que la legalidad debe poner freno y rienda a esos excesos de intromisión que caracterizan a todos los gobiernos.

La disputa sobre la privacidad y la seguridad seguirá por largo tiempo, porque es la eterna tensión entre los límites del espacio social y el espacio personal. El choque entre los intereses de cualquier nación y esa parte frágil, pero imprescindible, que nos hace individuos.

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