Calma en el Atlántico

Yoani Sánchez

12 de septiembre 2008 - 06:01

El meteorólogo principal de la televisión cubana, José Rubiera, anunció que ninguna nueva tormenta tropical o huracán se ha formado en el océano Atlántico. El alivio recorrió los más de ciento once mil kilómetros cuadrados de esta Isla. Al menos por unos días, el corredor de ciclones en que nos hemos convertido se tomará una pausa. No se ha disipado, con esa noticia climatológica, la pesadumbre y el desasosiego que tenemos ante el futuro inmediato. A pesar del triunfalismo que muestran nuestros telediarios, donde se habla de un “huracán de recuperación”, los cubanos estamos muy preocupados.

Por una parte, se acaban de esfumar todas las ilusiones de quienes esperaban un repunte económico en los próximos meses. Nos estamos despidiendo incluso de algunos productos como el plátano, el mango, el aguacate, las viandas y los cítricos que demorarán años en retornar a sus –ya  elevados– precios actuales. Después de cuatro días sin electricidad y sin suministro de agua, los vecinos de los 144 apartamentos de mi edificio aguardamos por un suministro gratuito de agua potable y la distribución subsidiada de comida elaborada. Algunos ya han gritado por los balcones su inconformidad, a la que yo respondí con un provocador “!Viva Raúl!”, que casi me cuesta un linchamiento.

Ni el mercado en pesos convertibles, con sus engordados precios, da abasto a la demanda de los habaneros desesperados. El huracán Ike ha puesto más en evidencia las profundas diferencias sociales entre los que pueden disponer de una reserva alimentaria, tablas y radio de baterías y aquellos que dependen exclusivamente de la gestión oficial. Los antecedentes de cómo se apaga con los meses la ayuda estatal a las víctimas de desastres naturales, hacen que las personas no quieran promesas, sino soluciones inmediatas. La voracidad por tomar ahora lo que mañana quizás ya no se oferte hizo que los habitantes de  un pueblo de Pinar del Río se liarán a machetazos para alcanzar las 100 tejas de asbesto cemento repartidas desde un camión.

Falta humildad en quienes deberían hacer todo lo posible para dejar entrar la ayuda humanitaria a Cuba. Una medida muy bien recibida sería que la Aduana Nacional liberara de impuestos todos los kilogramos de medicinas, ropa y alimentos que los familiares emigrados quieran traer a la Isla. Sin embargo, en lugar de eso, los cubanos amanecimos en medio del ciclón con una subida del precio del combustible y de algunos productos de primera necesidad. Se rechazan ayudas sin contar con la opinión popular y se permiten inspecciones de unos a la par que se les niega a otros hacer lo mismo. La imagen de un  militar venezolano llegado a Cuba para “hacer una inspección de los daños” –palabras textuales– contrasta con los remilgos para aceptar algo similar de países de la Unión Europea (con excepción de España y Bélgica) o de Estados Unidos.

Las preguntas del momento son: ¿Cuál es la prioridad del gobierno cubano: los principios políticos o el bienestar de los que han perdido todo? y ¿Qué prefiere el gobierno norteamericano: cumplir el requisito formal de la inspección, o que el auxilio llegue a los damnificados? Los ciudadanos no vamos a esperar a que ambos gobiernos se pongan de acuerdo. La diplomacia popular les puedes dar la sorpresa de actuar más rápido y con más eficiencia.

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