A Cusio y Libna, donde quiera que estén

Yoani Sánchez

22 de febrero 2016 - 12:24

Él era un homosexual confeso y ella una testigo de Jehová convencida. Uno vivía en el mismo solar donde yo había nacido y la otra en el temido "218", donde la violencia y las aguas albañales competían por el protagonismo. A Cusio y Libna les debo haber crecido con la convicción de que toda preferencia de género o creencia religiosa es respetable y necesaria, siempre que no implique la violencia contra el otro.

Ellos lograron algo impensable en la Cuba de los años ochenta: reafirmarme en que la cama y el credo son un asunto de cada cual, donde ninguna ideología debe meterse. Eran verdaderos sobrevivientes de la uniformidad, náufragos de la tormenta de la parametrización y de las razias policiales. A mis cuarenta años, sigo siendo una deudora de esa enseñanza de pluralidad que me impartieron.

Cusio había pasado del abuso al abandono, pero siempre sonreía. De Libna, aprendí la paciencia, el tragar en seco cuando todo es adverso y seguir adelante. Perdí la cuenta de todas las humillaciones que pasó por no usar pañoleta, ese trozo de tela que a mi me daba picor en el cuello y que ahora me recuerda más al yugo de un buey que a cualquier compromiso ideológico.

Un día los perdí de vista a ambos. Crecimos, la adultez llegó, y el juego de la infancia terminó. Sé que Cusio se ocupó de sus padres adoptivos hasta el final de sus días, en una Cuba donde la miseria material hace que tantos ancianos terminen abandonados. De Libna, ni un vestigio. No estoy al tanto siquiera de si sigue viviendo en la Isla o decidió irse con su perseguido credo a otra parte.

A medida que pasa el tiempo pienso más en ellos. Les agradezco la lección de humildad que desarrollaron ante mis ojos, sin esperar de mi parte ni una reivindicación ni un abrazo.

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