Espontaneidad en San Isidro, imposición en el parque Trillo

Al cumpleaños colectivo de este domingo, organizado por el Movimiento San Isidro, llegaron los descamisados de la zona, los pobres y los más vulnerables. (Captura)
Al cumpleaños colectivo de este domingo, organizado por el Movimiento San Isidro, llegaron los descamisados de la zona, los pobres y los más vulnerables. (Captura)
Yoani Sánchez

05 de abril 2021 - 17:03

La Habana/Los separan cuatro meses y un abismo. Unos llegaron en noviembre al parque Trillo convocados por el oficialismo cubano; los otros bailaban este abril en la barriada de San Isidro al ritmo de canciones prohibidas en los medios nacionales. Unos no podrían nombrar siquiera las calles que enmarcan la plaza de Centro Habana a la que fueron llevados; los otros conocen cada piedra de una de las zonas más pobres de la capital.

La espontaneidad es muy difícil de fingir. La naturalidad, si no es sincera, solo queda como una máscara mal dibujada. A la tángana del 29 de noviembre asistió Miguel Díaz-Canel, enfundado en caros zapatos deportivos y recién salido de un vehículo climatizado; al cumpleaños colectivo de este domingo, organizado por el Movimiento San Isidro, llegaron los descamisados de la zona, los pobres y los más vulnerables.

El futuro grita con sinceridad desde sus tripas y se menea con franqueza

En un caso, los participantes entonaban viejos estribillos de canciones que alguna vez movieron las fibras revolucionarias y hoy solo recuerdan la gran estafa que resultó ser el sistema; en el otro contoneaban las caderas y repetían frases de rebeldía y esperanza por un futuro en el que la discrepancia esté despenalizada. Representantes unos de un poder decrépito; vigías los otros de una Cuba donde quepamos todos. No elegidos los de noviembre, popularmente aclamados los de este abril.

Entre el parque Trillo y la calle Damas media la misma distancia simbólica que entre la cúpula castrista y el pueblo cubano. Los de "allá arriba" creen que con la represión de sus opositores, las prebendas a sus seguidores y empujando al exilio a los críticos pueden controlar por mucho tiempo más esta Isla; los del barrio de fachadas descascaradas y los juegos ilegales saben que el tiempo del cambio hace mucho tiempo llegó y que la Plaza de la Revolución ya no tiene nada que ofrecer que no sea miseria y golpes.

El pasado se parece a una explanada donde se gritan consignas gastadas y el líder finge un baño de multitudes que sabe preparado y ensayado; el futuro grita con sinceridad desde sus tripas y se menea con franqueza. Son dos tiempos separados. ¿Han pasado solo cuatro meses? Cualquiera diría que cuatro siglos.

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