Faltan las marchas

Yoani Sánchez

30 de noviembre 2008 - 21:00

Algo brilla por su ausencia en nuestro paisaje cotidiano. Esas convocatorias a marchar, que hace dos años eran tan frecuentes, han ido espaciándose en el tiempo y dejando atrás la impresión de una ciudad permanentemente crispada. Era raro un mes en que los habaneros no fuéramos citados a una manifestación para gritar consignas y aplaudir encendidos discursos. Se nos administraba –periódicamente– la cucharada de histeria necesaria para que nos sintiéramos en un permanente estado de sitio.

Aquellos días de sucesivas marchas, los servicios al público se cerraban y el transporte de toda la urbe trasladaba a gente que, desde otras provincias, venía a engrosar el número de participantes. Jornadas en que las calles se llenaban de banderitas de papel pisoteadas y de pipas de agua para calmar la sed. La ciudad colapsaba y los que esperábamos que el desfile pasara teníamos esa sensación de estar viviendo una movilización que nunca terminaría. Eran días en que lo mejor era quedarse en casa, esperar a que los gritos, el nerviosismo y los altavoces se atenuaran.

No obstante, tampoco era totalmente como lo mostraban las cámaras y los reportes en la prensa. Los mítines políticos –organizados por el propio gobierno– tenían también su lado de disfrute. A los alumnos de la secundaría les encantaba que se suspendieran las clases para juguetear en medio de la muchedumbre. En los centros de trabajo, muchos preferían el desorden de la manifestación -que les permitirían escabullirse a casa– que una jornada laboral bajo el control del administrador. Hasta los que manosean cuerpos en los ómnibus tenían en la apretazón de las manifestaciones un magnífico lugar para sus excesos lascivos.  Los vendedores informales esperaban que las turbas terminarán de gritar “Vivas” y les vendían incalculables cantidades de maní, pan con pasta y refresco.

No es que extrañe las marchas, pero se ve diferente mi ciudad sin esos arranques de euforia, sin el líder gritando en la tribuna, sin los miles de auténticos o falsos entusiastas que agitaban banderitas.

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