En La Habana no se juzga a dos hombres, sino a un símbolo

Otero Alcántara y Maykel Castillo en La Habana, cuando aún estaban en libertad. (Anamely Ramos)
Otero Alcántara y Maykel Castillo en La Habana, cuando aún estaban en libertad. (Anamely Ramos)
Yoani Sánchez

31 de mayo 2022 - 18:54

La Habana/El último lunes de mayo amaneció nublado y húmedo en La Habana. Sin embargo, no fueron la posibilidad de algún chubasco ni las dificultades para moverse en una ciudad paralizada por la crisis de combustible las que protagonizaron la jornada. En el Tribunal de Marianao, un barrio en la parte oeste de la capital cubana, se desarrolla un juicio del que miles de ojos están pendientes. El artista Luis Manuel Otero Alcántara y el rapero Maykel Castillo Osorbo son los acusados.

Aunque en los últimos meses se han hecho comunes las vistas orales contra quienes participaron en las manifestaciones populares de julio pasado o para sentenciar a los ciudadanos que muestran su inconformidad en las redes sociales, el proceso de esta semana marca un clímax de represión en el país. A Otero Alcántara se le está juzgando, entre otros delitos, por colocarse durante días sobre su cuerpo la bandera cubana, en una acción artística que ha molestado a un oficialismo que secuestró los emblemas nacionales para su particular cruzada ideológica y partidista.

Por su parte, a Osorbo se le achaca el haber injuriado a la figura del gobernante Miguel Díaz-Canel y de responsabilizar al primer ministro, Manuel Marrero, por la falta de insumos en los hospitales. Ambas acusaciones, con una petición fiscal de siete y diez años respectivamente, apenas acarrearían una pequeña multa en naciones democráticas o, simplemente, no constituirían delito alguno bajo un Estado de derecho. Pero los dos artistas llevan largos meses en la cárcel y solo ahora son presentados ante un tribunal, cuyo dictamen se rige más por los caprichos de un grupo en el poder que por los rigores de la justicia.

En las manos del castrismo, como una papa caliente que quema si se mantiene entre los dedos y ridiculiza si se suelta, está la vida de dos jóvenes que representan el fracaso de un sistema

Para evitar muestras de solidaridad con los procesados, los alrededores del Tribunal amanecieron bajo un fuerte operativo, las líneas telefónicas y el acceso a internet de innumerables activistas y periodistas independientes fueron cortados, y además se desplegó una intensa campaña de satanización en redes para tratar de contrarrestar cualquier muestra de apoyo hacia Otero Alcántara y Osorbo. Pero el efecto de esa ofensiva parece estar siendo justo el contrario al que busca el régimen: gente que no estaba enterada del juicio lo ha sabido tras indagar por los tantos uniformados que ha visto en esa parte de la ciudad, y la insistencia en definirlos como "criminales" en los medios oficiales ha despertado más simpatía que rechazo.

En las manos del castrismo, como una papa caliente que quema si se mantiene entre los dedos y ridiculiza si se suelta, está la vida de dos jóvenes que representan el fracaso de un sistema. Provenientes de un barrio humilde, se suponía que ambos debían abrazar ciegamente al modelo político instaurado en el país hace más de seis décadas porque, según la propaganda oficial, ellos forman parte de los sectores más favorecidos por la Revolución. Pero en lugar de eso, Otero Alcántara y Osorbo han denunciado las mentiras y arbitrariedades de los jerarcas de verde olivo, la pobreza de su barriada de San Isidro y la impunidad policial.

Al apresarlos y juzgarlos, el propio sistema cubano está mostrando que de los ciudadanos solo acepta la obediencia total, nunca la crítica ni la disidencia en ninguna de sus formas. Los ha convertido en estandarte de la fragilidad de una ciudadanía a la que le han cortado todos los caminos pacíficos para cambiar el statu quo.

En los próximos días se conocerá la sentencia contra los dos artistas. Es muy probable que sean condenas pensadas para enviar un mensaje ejemplarizante al resto de la población. Pero el régimen cubano ya perdió esta batalla, puede encerrar sus cuerpos por años pero no logrará poner tras las rejas el símbolo en que se han convertido.

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Nota de la Redacción: Este texto se publicó originalmentente en Deutsche Welle en español.

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