Juanes y la Plaza

Yoani Sánchez

11 de agosto 2009 - 23:12

Un lugar gris, de concreto y mármol, que hace sentirse a las personas diminutas e insignificantes. Paso cada día cerca de la Plaza de la Revolución, camino a casa, y no puedo dejar de sobrecogerme, verme aplastada ante esa arquitectura que tanto recuerda la megalomanía fascista. Una vez, estuve allí con una bandera blanca y amarilla gritando “libertad”, frente a un altar en forma de paloma diseñado para el Papa. No soy católica, sin embargo no iba a perderme –por nada del mundo- la posibilidad de decir otro tipo de consignas en aquella Plaza.

Parece que para el veinte de septiembre será Juanes el que tratará de darle un rostro humano a un conjunto arquitectónico, donde nadie va plácidamente a sentarse. No he visto nunca allí a una pareja o a una familia cubana –que sin ser convocadas- se ponga en una esquina a conversar o a reír. Un espacio sin árboles, pensado para reunir, masificar, para que el líder nos grite desde su altura -a unos metros elevada del piso- y espere de nosotros que le respondamos con algún repetitivo slogan de “¡Venceremos!”, “¡Paredón!” o “¡Viva!”.

Opino que Juanes debe venir y cantar. Si el tema es la paz deberá saber que esta Isla no está inmersa en un conflicto bélico, pero tampoco conoce la concordia. Elevará su voz ante un pueblo que ha sido dividido, clasificado según un color político y compulsado al enfrentamiento hacia el que piensa diferente. Una población que hace años no oye hablar de armonía y que sabe del castigo que reciben los que se atreven a mostrar sus críticas. Estamos necesitados de su voz, pero sólo si va a cantar sin olvidar a ningún cubano, sin descartar ninguna diferencia.

Nos gustaría que acompañara sus canciones con la cadencia  de Willy Chirino, la trompeta de Arturo Sandoval, el ritmo de Albita Rodríguez o el sensual saxo de Paquito D´ Rivera… pero a ninguno de ellos lo dejarán estar ahí. Juanes disfrutará  así el privilegio del extranjero, que en esta Isla es mucho mejor valorado que los nacionales. Cada cosa que diga entre canción y canción -si es que dice algo- podrá ser interpretada como su apoyo a un sistema que se apaga, como el espaldarazo a un grupo en el poder.

No ha sido una inocente decisión seleccionar la Plaza de la Revolución como escenario para su música y no podrá sacudirse la carga política que eso significa. Pero si tiene que ser así, si no hay espacio en los barrios pobres de la periferia de la ciudad, en mi Centro Habana natal al borde del colapso, si no lo dejan sumergirse en San Miguel o Marianao, ni siquiera usar el Estadio Latinoamericano, pues que cante entonces bajo la estatua de Martí y frente a la imagen de Che Guevara, pero al menos que cante para todos.

*  Me pregunto si ocurrirá lo mismo que en los dos últimos conciertos de Pedro Luís Ferrer, donde no han dejado entrar a algunos bloggers.

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