Meneo en el Olimpo

Yoani Sánchez

03 de marzo 2009 - 23:38

 

Ayer, con el almuerzo a medio tragar, un amigo me llamó para preguntar si había visto el noticiero de la una de la tarde. No; nunca mastico mientras miro ese tipo de programas, es fatal para la digestión. Mezclar los frijoles colorados con el anuncio de sustituciones en el Consejo de Estado y de Ministros, habría resultado en una argamasa de consecuencias incalculables. Aún así, me molesta haberme perdido la noticia y enterarme -a pedazos- de los cambios ocurridos por allá arriba.

La “nota oficial”, publicada en Granma, es larga y llena de un lenguaje que me produce sueño. Se resume en que varios ministros y miembros del Consejo de Estado han sido sustituidos, aunque en las calles –desde hace algunos meses– se rumoraba ya de su caída en desgracia. Ni siquiera me sorprende que a uno de los reemplazados, Carlos Valenciaga, no se le mencione o que los uniformes militares ganen mayor presencia en el máximo órgano de administración.

La gente trata de buscarle a esta movida la profundidad y la sabiduría de una partida de ajedrez, pero a mí me parece puro juego de “gallinita ciega”. No creo que las tan deseadas y necesarias reformas estuvieran esperando a tener nuevos ministros para ser aplicadas. Si la voluntad fuera impulsar medidas aperturistas, ningún funcionario a cargo de un ministerio la hubiera podido frenar. La intención ha sido, sin embargo, demorar los cambios, adormecerlos, comprar tiempo en el juego de la política, mientras nosotros perdemos meses y meses del tiempo de nuestras vidas.

Quién convencerá a Marquitos, que ya tiene el GPS para cruzar el estrecho de La Florida, que los nuevos ministros allanarán el camino para que pueda cumplir sus sueños en su propio país. Lo anunciado ayer no va a disminuir las largas colas frente a la embajada española para lograr una nueva nacionalidad; ni el número de muchachas que entregan sus cuerpos para que las saquen de aquí. Que se llame Bruno en lugar de Felipe el nuevo canciller, poco influye en el grado de la desesperanza. Cambiar los instrumentos no significa mucho, si la sinfonía interpretada y el viejo director de orquesta siguen siendo los mismos.

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