Paramilitares

Yoani Sánchez

13 de octubre 2011 - 23:17

A El Sexto, graffitero habanero detenido arbitrariamente

Rechinan los neumáticos; las puertas del auto se abren bruscamente y salen tres hombres que parecen producidos por el mismo molde: fuertes, pelados a lo militar y con móviles en el lateral del cinto. No hay escapatoria posible. Ningún vecino va a socorrerte, los curiosos se alejarán asustados y los posibles testigos no querrán después hablar. Te meten a la fuerza en un auto sin enseñarte un acta de detención, ni siquiera un carnet de pertenencia a algún cuerpo policial. La matrícula es privada para no dejar rastro institucional. Los golpes tampoco van acompañados de un cuño, de una firma, de unas siglas siquiera. Acabas de caer en manos de los “paramilitares” cubanos, esos policías políticos que nunca llevan uniforme y tienen la potestad de saltarse todas las leyes, de encerrarte sin que medie un delito y de llevarte a “pasear” mientras te gritan sus amenazas y te hunden la rodilla en el abdomen.

Cada vez son más frecuentes los métodos camorristas entre las filas de la Seguridad del Estado. Su impunidad molesta incluso a los policías regulares, que ven como esos sujetos con seudónimo les llenan los calabozos de detenidos no inscritos en el libro de incidencias de la estación. La práctica de faenar al margen de la ley se ha vuelto ya rutina entre los inquietos muchachos de la Sección 21, quienes se sienten miembros de un cuerpo de elegidos que puede impedirle a cualquiera llegar a un lugar o recluirle forzosamente dentro de su propia casa. Están entrenados para no escuchar, así que no vale la pena llenarles los oídos de frases al estilo de “Yo soy un ciudadano y tengo derechos”, “Quiero ver a un abogado…”, “¿De cuál delito se me acusa?”. Para ellos, sus víctimas no son individuos protegidos por una legalidad sino meros “gusanos”, simples “sabandijas”… a los que un déspota como Gaddafi llamó en su momento “ratas”.

Y ahí estás tú, dentro de aquel auto que es un agujero negro tragándose la Constitución que debería salvarte, rodeado por el fornido brazo de alguien que se hace llamar el agente Camilo o el teniente Moisés. Por el momento, sólo van a asustarte, pero en un futuro –cuando te atrevas a más- se sentirán tentados a arrancarte alguna uña, meterte la cabeza en un cubo de agua, juguetear con la corriente y tus testículos. Porque cuando un gobierno crea estructuras que no rinden cuentas a ninguna justicia, entonces no hay amparo posible para quienes se le oponen. Estos paramilitares de hoy podrían ser los matones del mañana. A estas fuerzas de élite, que se proyectan como defensores de un sistema agonizante, quizás no les tiemble la mano para asesinar. Ya han probado el vértigo de frenar en seco en una avenida y meterte a la fuerza en un auto. Lo próximo que quieren ver correr es tu sangre.

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