Pas de quatre

Yoani Sánchez

24 de septiembre 2009 - 18:05

La polvareda levantada por el concierto de Juanes, nos hizo desatender temas importantes de nuestra realidad. En las calles apenas se comentaron las medidas implementadas por Obama para flexibilizar los envíos y viajes a la Isla. Incluso las negociaciones para restablecer el correo directo entre Estados Unidos y Cuba, quedaron relegadas a la indiferencia. Las luces incandescentes de la farándula dejaron en la sombra la nueva regulación oficial –aún no puesta en práctica– que permite a los correos cubanos brindar acceso a Internet en moneda convertible. Hasta se pasó por alto la presentación, el viernes pasado, del séptimo cortometraje en la saga de Nicanor, dirigido por Eduardo del Llano.

Ahora que hemos regresado a los desteñidos colores de la cotidianidad, he vuelto a mirar el recién estrenado “Pas de quatre”. La historia ocurre dentro de un “almendrón”, cuyo chofer ofrece sus servicios gratuitamente. Entre los tres pasajeros que logran subirse a bordo del peculiar taxi, uno debe llevar –cuanto antes– su análisis de heces fecales a un lejano policlínico. El conductor, interpretado por Luis Alberto García, expone una filosofía novedosa sobre el daño que le hace a la nación la inmovilidad y las dificultades en el transporte. Al ritmo de las ruedas sobre el asfalto, llega a decir que “No hay concepto más libertario y subversivo, que el de un cubano turista”.

Pues sí, moverse se ha convertido en un acto contestatario. De ahí que facilitar a la gente la entrada y la salida, el desplazamiento o el cambio de ubicación, puedan desatar transformaciones insospechadas en al ámbito nacional. Se imaginan si a todos nos diera por querer viajar, hacer uso de las carreteras y visitar a esos parientes que no vemos hace veinte años. Si una fiebre de movimiento tomara por sorpresa el país, el estremecimiento podría contagiar a los burócratas y a todos esos dirigentes carentes del concepto del dinamismo. Quién sabe si la sacudida remueva también a los que hoy son un freno para deslizarnos –finalmente– por el camino de las transformaciones.

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