Primeras damas: un potencial desaprovechado en América Latina

Después de más de cinco décadas en que el poder tenía pelos en el pecho se ha visto que una fémina toma de la mano al presidente y lo acompaña en sus citas internacionales. El grave problema es que ella no dice nada. (EFE)
Después de más de cinco décadas en que el poder tenía pelos en el pecho se ha visto que una fémina toma de la mano al presidente y lo acompaña en sus citas internacionales. El grave problema es que ella no dice nada. (EFE)
Yoani Sánchez

27 de noviembre 2018 - 17:38

La Habana/En tiempos en que tanto se habla de reivindicaciones femeninas, de campañas con etiquetas al estilo de #MeToo y de cuestionar el tratamiento a la mujer en los medios, vale la pena reflexionar sobre la figura de la Primera Dama en tantos gobiernos de América Latina.

En contraste con algunas naciones europeas, y de puntuales momentos en la administración estadounidense, en esta parte del mundo que va del Río Bravo hasta la Patagonia, la persona que acompaña al presidente ha usado poco su influencia y su exposición mediática para llevar mensajes renovadores a la audiencia femenina. Ha sido más bien un "adorno bello" que sigue al mandatario a sus discursos públicos, a la firma de acuerdos o a las giras internacionales, pero se ha quedado lejos de comportarse como alguien con voz propia que se dirige a la nación.

¿Qué tal si se usa esa posición para influir más allá de la ropa o del peinado? Las primeras damas latinoamericanas deberían romper los moldes de un rostro hermoso que asiente a todo lo que hace su marido y lanzarse a promover nuevos roles, demandar espacios y lanzar esas historias de vida que ayuden a las féminas de esta región a sacudirse el menosprecio y la violencia.

Hay casos bien grises, como el de la recién estrenada primera dama cubana Lis Cuesta, el primer nombre femenino que se vincula oficialmente a un mandatario en más de medio siglo. Después de más de cinco décadas en que el poder tenía pelos en el pecho y solo usaba las faldas como apoyatura secundaria, se ha visto que una fémina toma de la mano al presidente y lo acompaña en sus citas internacionales. El grave problema es que ella no dice nada, pero no sabemos si es su propio deseo de "invisibilidad" o que le impiden hacerlo.

Las primeras damas latinoamericanas deberían romper los moldes de un rostro hermoso que asiente a todo lo que hace su marido y lanzarse a promover nuevos roles

Poco importa si comparte espacios con las máximas autoridades chinas o se pasea por las calles de Londres, el gran problema es que los cubanos no conocemos el tono de su voz ni sabemos cómo piensa sobre los temas más álgidos de la nación.

En otros países de América Latina el problema sería la sobrexposición mediática o el uso banal de la figura de la Primera Dama, utilizada por la prensa del corazón o por los espacios de moda para debatir sobre los centímetros de un dobladillo o la calidad de un maquillaje. Sin embargo, en países como esta isla donde vivo, la voz de la esposa del gobernante parece estar suprimida en tanto su sola existencia se muestra como una "débil" desviación de la ideología en el poder, un gesto "amanerado" de la autoridad.

Ya va siendo hora de que esa persona que acompaña al más alto cargo del país deje de ser puro decorado. No debe mostrarse como una florida cortina que no habla, como un jarrón bonito y -mucho menos- como una flor artificial que siempre debe parecer fresca y perfumada, incluso en los peores momentos.

Una Primera Dama debe ser el espejo para que muchas mujeres latinoamericanas se vean reflejadas en su potencial, en una poderosa convocatoria a realizar proyectos y en un reflejo de lo que viene en el futuro. ¿Estarán dispuestas las señoras de Palacio a trastocar el armario por la verdadera influencia, a permutar tacones por empeños sociales? Todas esperamos que así sea.

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Nota: Esta columna se publicó originalmente en la edición para América Latina de la cadena Deutsche Welle.

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