Subir y bajar

Yoani Sánchez

18 de agosto 2008 - 08:13

Más de veinte años de remendar el ascensor soviético y de hacer deporte por las escaleras, están a punto de terminar. Dos flamantes elevadores rusos acaban de llegar a mi edificio para remplazar la obsoleta tecnología socialista. Hemos tenido que esperar a que el vetusto artefacto exhibiera su actual estado de “peligro para la vida”; que los edificios de los militares –cercanos al mío- tuvieran prioridad en la sustitución de sus ascensores y que las relaciones Cuba-Rusia volvieran a florecer.

Estoy feliz porque Reinaldo no tendrá que emplear tanto tiempo en remendar el prehistórico ascensor de Armenia. Gracias a quienes hace veinte años lo expulsaron de su profesión, los habitantes de ciento cuarenta y cuatro apartamentos hemos disfrutado de un periodista devenido mecánico que, al vivir en el piso catorce, ha tenido mucho interés en reparar el elevador. Sólo con el empeño de los vecinos ha podido extenderse la vida útil de algo que debió ser reemplazado hace muchos años. Las soluciones que aplican los ciudadanos son mostradas muchas veces como “logros del sistema”, cuando deberían inscribirse como desesperados pataleos de sobrevivencia.

Después de una década canibaleando uno de los elevadores y de tomar sus piezas para echar a andar el otro, tenemos la esperanza de reemplazarlos. El montaje durará alrededor de cuatro meses, en los que dejaré muchas calorías sobre los doscientos treinta y dos escalones que me separan de la calle. Sin embargo, no me asusta el intenso ejercicio: he subido estos catorce pisos llevando a cuestas mi bicicleta, trasladando un colchón y, un montón de veces, con mi hijo en los brazos. Ahora lo haré con el aliciente de que tendremos pronto dos nuevos ascensores. No serán soviéticos, como aquellos de tan mala calidad, sino –y aquí bien vale hacer la diferencia- sencillamente “rusos”.

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