Trabajadores sociales: lo efímero de un cuerpo de acción

Yoani Sánchez

12 de julio 2009 - 21:55

Con sus pullovers rojos, se aparecieron un día en mi barrio para inventariar los viejos refrigeradores norteamericanos y los aires acondicionados soviéticos. Venían investidos de plenos poderes y una madrugada desembarcaron también en las gasolineras, en una operación para acabar con la venta ilegal de combustible. Eran jóvenes que no habían podido entrar en la universidad y un plan –gestado en las más altas instancias– los convirtió en una tropa dispuesta a cualquier tarea, bajo la promesa de una plaza en la enseñanza superior. Se les asignó un módulo de ropa y comenzaron a moverse por todo el país en los recién comprados ómnibus chinos, flamantes e imponentes. Su autoridad para llegar a cualquier centro laboral y pedir cuentas, hacer una auditoría y hasta sustituir a los empleados, les valió el alarmante apodo de “los niños del Comandante”.

Algunos de ellos desistieron del compromiso de diez años que habían firmado y para ellos la partida fue difícil y la mácula en su expediente segura.  Lo mismo cambiaban bombillos en las calles de Caracas que controlaban a las vendedoras de una tienda en pesos convertibles. Eran los nuevos ojos del poder entre nosotros y sin embargo pertenecían a la generación más afectada por el Período Especial, la dualidad monetaria y el desteñimiento del mito. De manera que se hizo usual verlos alternar el desparpajo con la obediencia y las consignas con las palabras de hastío. Su esplendor fue tan breve como la mezclilla del pantalón que les asignaron al comenzar con su labor.

Hoy, apenas se les oye mencionar. Aunque no se ha anunciado que los trabajadores sociales hayan sido desmovilizados, parece que al menos se han quedado sin contenido de trabajo. Ya no hay ollas eléctricas que repartir, encuestas sobre la opinión del pueblo que hacer y parece que la enorme infraestructura material de albergues, meriendas y ómnibus que soportaba su faena, no se puede seguir garantizando. Pocas veces me topo con alguno en la calle, pero los que veo ya no llevan aquel aire de arrogancia ni exhiben sus anteriores poses de pertenecer a un grupo élite.

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