Vine y me quedé

Yoani Sánchez

15 de agosto 2007 - 03:18

Por estos días hace tres años que hice mis maletas en Zürich y junto a mi hijo –por aquel entonces de 8 años- decidí regresar a quedarme en mi país. Hasta ahí puede parecer una simple historia del regreso de un emigrante a su terruño, sino fuera por el detalle de que ambos teníamos salida definitiva. No voy a explicar lo que encierra ese retorcido concepto que empieza a cumplirse una vez pasados los 11 meses de estancia en el exterior, pues todos –los de adentro y los de afuera- lo conocemos muy bien.

Una vez tomada la decisión de virar pá la isla, compramos boletos de ida y vuelta, enviamos nuestros pasaportes al consulado en Berna, para que nos colocaran el recién estrenado sellito de la habilitación del pasaporte, y tomamos el avión con escala en París. En el aeropuerto cubano las consabidas preguntas del motivo del viaje, a las que mi hijo y yo contestamos con el aprendido guión de “venimos por dos semanas a visitar a la familia”. En los escasos 20 kilos de cada equipaje venían todas nuestras pertenencias personales, cuidando que ninguna delatara que se trataba de un viaje sin retorno.

Pasaron las dos semanas incluidas en el boleto y de seguro nuestros nombres resonaron en los altavoces del aeropuerto José Martí, sin que llegáramos a ocupar nunca los asientos comprados. Comenzó entonces la búsqueda de información, para conocer los riesgos y posibles resultados del “arrebato de quedarnos”. A todo el que le preguntaba si sabía de algún otro caso que me pudiera servir de guía para actuar, abría los ojos y me decía “tú estás loca”. Pues sí, de una locura inusual, poco vista, raramente documentada… pero delirio al fin.

Mis amigos creyeron que les hacía un chiste, mi mamá se negó a aceptar que ya su hija no vivía en la Suiza de la leche y el chocolate, y mis vecinos creyeron que regresaba de Mata Hari desde Europa. La clave me la dio alguien con quien me topé: “Lo único que tienes que hacer es romper tu pasaporte, sin pasaporte no pueden montarte obligada en el avión”. Con ese acto pude experimentar por unos meses lo que es estar indocumentado en el propio país.

Justo el 12 de agosto de 2004 me presenté en inmigración provincial para anunciar “Soy yo, aunque no tengo documentos que lo prueben y he venido a quedarme”. Tremenda sorpresa cuando me dijeron, pide el último en la cola de los “que regresan” y dile a la teniente Sarahí que te de el modelo para solicitar el carné de identidad. Así que encontré, de pronto, otros “locos” como yo, cada uno con su truculenta historia de retorno. Un señor que regresaba de España con su esposa e hija, después de cinco años de vivir allá, me dijo: “No te preocupes, van a tratar de forzarte a irte pero tienes que negarte. Lo más grave es que tengas que estar dos semanas detenida, pero la cárcel es aquí mismo y los colchones están de lo más buenos “. Respiré aliviada… al menos lo de dormir estaba garantizado.

Me hicieron un expediente de “quedada”, me advirtieron que “nunca más volvería a salir del país” y me aclararon que iban a ser condescendientes porque había un niño de por medio. No llegué a probar los famosos colchones, pues no podían incluir al menor de edad junto conmigo y tampoco dejarlo en la calle. La clave, para que todo “caminara” más rápido la daba el hecho de que nunca había tenido propiedades -que hubieran sido confiscadas con mi salida- (¿quién de la “Generación Y” tiene alguna propiedad en Cuba?) y que además contaba con la posibilidad de ser nuevamente acogida en el núcleo familiar de donde me había ido. Cada semana debía presentarme en Inmigración para un control de rutina, así hasta que en octubre del mismo 2004, nos expidieron otra vez nuevos documentos de identidad. La cuota del racionamiento la tuvimos de vuelta a mediados de diciembre… ya todo estaba otra vez como antes.

No quiero con esta historia explicar lo que muchos todavía siguen calificando como un acto insensato, sino decirle a aquellos que alguna vez lo han pensado hacer, que es posible. No es tan irrealizable ni tan inusual como los enmarañados decretos y leyes migratorios quieren hacernos creer. Durante meses –desde Zürich- navegué en Internet a la búsqueda de un testimonio que me dijera: “se puede”, sólo encontré palabras de extrañeza, suspicacia y negativa. Así que pensando en otros dementes como yo que están barajando la idea de arremeter y quedarse he escrito esta “crónica de un regreso”.

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