El desmoronamiento

Yoani Sánchez

26 de abril 2016 - 09:42

La Habana/Hay finales épicos, de película. Sistemas cuyos últimos minutos transcurren entre el ruido de los martillos que derriban un muro o el rugido de miles de personas en una plaza. El castrismo, sin embargo, transita por una agonía sin imágenes gloriosas ni heroicidades colectivas. Su mediocre desenlace se ha hecho más evidente en los últimos meses, en que las señales del desmoronamiento ya no pueden ocultarse tras la parafernalia del discurso oficial.

El epílogo de este proceso, que una vez se hizo llamar Revolución, está salpicado de hechos ridículos y banales, pero que son ‒eso sí‒ claros síntomas del final. Como una mala película, con un guion apresurado y pésimos actores, las escenas que ilustran el estado terminal de este fósil del siglo veinte parecen dignas de una tragicomedia:

  • Raúl Castro monta en cólera cuando le preguntan en una conferencia de prensa sobre la existencia en Cuba de presos políticos, se enreda con los audífonos y pronuncia una sarta de disparates a poca distancia de Barack Obama, quien luce dueño y señor de la situación.
  • Al concluir la visita del presidente estadounidense, los medios gubernamentales lanzan sobre él toda su furia, mientras el discurso de Obama en el Gran Teatro de La Habana se vuelve el número uno en la lista de los materiales audiovisuales más solicitados dentro del Paquete semanal.
  • Dos policías cubanos llegan vestidos de uniforme a las playas de Florida, después de haber navegado en una rústica balsa junto a otros migrantes ilegales a los que ayudaron a escapar de Cuba.
  • Un grupo de pioneritos, vestidos con uniforme y pañoleta, se contorsionan en movimientos explícitamente sexuales a ritmo del reguetón en una escuela primaria. Son filmados por un adulto y el video es subido a las redes sociales por un orgulloso padre al que le parece que su hijo es un genio del baile. Esa misma mañana de seguro pronunciaron en el matutino la frase "pioneros por el comunismo: seremos como el Che".
  • El canciller cubano, Bruno Rodríguez acusa a Obama de haber perpetrado un ataque "a nuestra concepción, a nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestros símbolos" a pocos días de recibirlo en el aeropuerto y no haberle dicho ninguna de esas críticas de frente y sin miedo.
  • Un oscuro funcionario de la embajada de Cuba en España asegura en una charla ante "amigos de la Revolución" que ésta "vive el momento más difícil de su historia" y cataloga la cobertura de los medios internacionales a la visita de Obama como una "muestra de una guerra cultural, psicológica y mediática sin parangón".
  • Raúl Castro vuelve a ser elegido por unanimidad como primer secretario del Partido Comunista para los próximos cinco años y opta por el inmovilismo. Pierde así la última oportunidad de pasar a los libros de Historia con un gesto de generosidad con la nación, aunque fuera tardía, en lugar de por su egoísmo personal.
  • Fidel Castro aparece en la clausura del congreso, enfundado en una chaqueta de Adidas, e insta a que "no sigamos como en los tiempos de Adán y Eva comiendo manzanas prohibidas".
  • Pocos días después de terminada la cita partidista el Gobierno anuncia una irrisoria rebaja de precios para intentar elevar los ánimos caídos. Ahora, un ingeniero no deberá trabajar dos días y medio para comprar un litro de aceite de girasol, sino que solo necesitará laborar dos jornadas.
  • Miles de cubanos se aglomeran en la frontera entre Panamá y Costa Rica intentando continuar su ruta hasta Estados Unidos, sin que el Gobierno de la Isla invierta un solo centavo en ayudarles a tener un techo, algo de comida o atención médica.
  • Un economista que explicaba por el mundo las bondades de las reformas raulistas y sus progresos es expulsado de la Universidad de La Habana por mantener contactos con representantes de Estados Unidos y pasarles información sobre los procedimientos del centro académico.
  • Dos jóvenes hacen el amor en pleno Boulevard de San Rafael, a la vista de decenas de curiosos que filman la escena y que les gritan obscenas incitaciones pero nunca llega la policía. La arcilla fundamental de la Revolución se escapa en la líbido individual y colectiva.

Los créditos comienzan a pasar y en la sala donde se proyecta esta pésima cinta apenas quedan espectadores. Unos se cansaron y se fueron, otros se quedaron dormidos durante la prolongada espera, unos pocos vigilan los pasillos y exigen que desde las butacas todavía salgan sonoros aplausos. Tras el proyector, un hombre anciano quiere colocar el nuevo rollo que alargue el interminable celuloide... pero ya no queda nada. Todo ha terminado. Solo falta que el cartel de "fin" aparezca en la pantalla.

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