Las energías ¿ocultas?

Yoani Sánchez

16 de enero 2008 - 05:50

Recuerdo cuando en el año 94 se permitieron las licencias para abrir un restaurante privado (paladar) o una cafetería. La Habana se llenó de kioscos improvisados que nos devolvieron perdidos sabores y añoradas recetas. En un par de meses toda la creatividad contenida se explayó en cientos de sombrillitas, mesas sacadas al portal y hasta sofisticados sitios para degustar un batido de mamey o un pastelito de guayaba. Las energías contenidas por miles de cubanos se materializaron en productos y servicios, de una calidad y una eficiencia no conocidas por mi generación.

Presenciamos -entre atónitos y felices- el rebrote de la pequeña empresa privada que nuestros padres habían visto ahogarse con la Ofensiva Revolucionaria de 1968. Un paseo por las calles de mi Centro Habana natal, era la confirmación de que la escasez anterior no había sido fruto de una innata incapacidad para producir, sino culpa de los férreos controles estatales a la inventiva privada.

De aquel boom de creatividad e ingenio también nos tuvimos que despedir, en el momento en que por “allá arriba” comprendieron que las libertades económicas implicarían –inevitablemente- autonomía política. Cuando Cuco, el dueño de la paladar más famosa de mi barrio, quiso invertir sus ganancias en un viajecito a París, en un auto moderno y en crear una revista de perfil “gastronómico”, comenzó a preocupar a los funcionarios. Para contrarrestar esas “poses de clase media” le llovieron los altos impuestos, los malintencionados controles y las engrosadas prohibiciones. Tuvo que cerrar el restaurante y el carnaval de sabores que habíamos redescubierto se replegó otra vez a la sombra.

Los “pequeños negocios privados” que sobrevivieron al regreso del centralismo, nos revelan que todas esas energías para producir sólo están esperando, agazapadas, que las restricciones legales se aflojen –aunque sea un milímetro- para volver a conquistar nuestras calles y portales. Cuco acaricia su recetario –aumentado en estos años de espera- y proyecta un nuevo restaurante en la azotea de su casa. Ya tiene el diseño de la página web para promocionar sus platos, las tarjetas de presentación y el color de las servilletas. Está esperando –en la línea de salida- a que den la voz de arrancada que le permitirá competir por su sueño.

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