La envidia de fiesta

Yoani Sánchez

08 de abril 2009 - 08:47

 

Una presentación en Power Point, que circula por ahí,  detalla el cierre de un famoso restaurante en La Habana. La secuencia de fotos –al parecer hecha por la policía económica (DTI)– muestra las “evidencias” para inculpar a Juan Carlos Fernández García, dueño del  paladar Hurón Azul. Terminé de mirar la rudimentaria multimedia con un gesto de asco y no precisamente por los bienes materiales que se mostraban en ella.

La revoltura me la dio confirmar que la  tenencia de ciertos objetos parece algo que pueden disfrutar –solamente- quienes nos imponen el “igualitarismo” desde la tribuna. La lista de los “delitos” también contribuyó a mis náuseas: vender “alimentos prohibidos” como langosta y carne de res, tener más de doce sillas en el restaurant, darle crédito a pintores para que comieran allí, erigirse en mecenas de arte, pagar una abultada cuenta de electricidad, poseer mucho dinero en efectivo y –gran osadía– querer abrir un restaurant en Milán. Como si no fuera más fácil autorizar la venta de esos animalitos con antenas que viven en nuestro mar, felicitar a Juan Carlos por su labor de promotor cultural y permitir que cada paladar tenga el número de sillas y empleados que decida. Pero no, autorizar todo eso acarrearía  una competencia demasiado fuerte para los ineficientes restaurantes y centros culturales del Estado. Admitir que el Hurón Azul siguiera progresando era correr el riesgo de que un día su propietario quisiera fundar una revista de arte o abrir un museo con su colección privada.

Siento pena por los que tomaron esas fotos. Noto en todo el regodeo del lente sobre la comida la profunda indigencia alimentaria de quienes prepararon el dossier. Tengo una inmensa vergüenza porque la policía de mi país se dedique a encarcelar a ciudadanos emprendedores, mientras las calles se nos llenan de delincuentes que arrebatan carteras, roban y estafan. Estoy triste por el baño de envidia que deben haberse dado los vecinos que le tenían ojeriza a tanta bonanza. Pienso, sobre todo,  en el viejito que cuidaba los autos a la entrada del paladar, en la señora que fregaba los platos y ahora se quedó sin trabajo y sobre todo en los hijos de Juan Carlos. Ellos posiblemente hayan comprendido, con el ejemplarizante caso del Hurón Azul, que para prosperar hay que largarse de esta Isla.

Huron Azul

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