Un extraviado monosílabo

Yoani Sánchez

04 de diciembre 2008 - 09:13

Un poema –en los años noventa– ironizaba sobre la desaparición de varios  productos agrícolas de las mesas cubanas*. Su autor nunca firmó los  simpáticos versos, pero el estilo mordaz señalaba directamente a un  conocido escritor. Eran los años en que el CAME se había ido a bolina  junto con el campo socialista y nuestros ombligos se aproximaban  –dolorosamente– al espinazo. Las viandas parecían haber partido hacia el  exilio, dejándonos un punzante recuerdo de su blandura.

El boniato, el plátano y la yuca regresaron más tarde, cuando la  explosión social de 1994 obligó al gobierno a abrir los satanizados  mercados libres. Encontramos sobre sus tarimas las variedades de  tubérculos que habían acompañado asiduamente los platos de nuestros  abuelos, pero a un precio que no se correspondía con los simbólicos  salarios que recibíamos. Aún así, allí estaban. Con exprimir un tanto  los bolsillos podía hacerse un suave puré de malanga, para iniciar a un  bebé en las lides de la comida.

Mientras esos productos nacionales regresaban, llegaron algunos foráneos  a suplantar a los criollos. En los hoteles comenzaron a comprarse  naranjas y mangos de República Dominicana, flores de Cancún y piñas de  otras Islas del Caribe. En las cocinas se hizo común un extracto  importado de limón para suplir el perdido cítrico tan usado en salsas y  adobos. La azúcar se trajo de Brasil y un paquete de zanahorias  congeladas era más fácil de hallar que las larguiruchas que crecían bajo  nuestra tierra. Sólo la guayaba no encontró competencia en las  desacertadas importaciones y se irguió –dignamente– en sustitución de  todas las otras frutas perdidas.

El colmo me ha llegado hace un par de semanas, cuando al recibir la  cuota de sal que dan por el racionamiento, he comprobado que viene de  Chile. No logro conciliar nuestros 5 746 kilómetros de costas con este  paquete blanco y azul transportado desde el Sur. Si nuestro mar sigue  igual de salado, qué fue lo que ocurrió para que sus minúsculos  cristales ya no lleguen a mi salero. No ha sido la naturaleza –no le  echemos otra vez la culpa a ella– sino este sistema económico  disfuncional, esta apatía productiva y la tremenda subestimación a todo  lo nacional que nos embarga. Tampoco ha sido el bloqueo.

Ahora, habría que rehacer el sarcástico poema de los productos  extinguidos y agregarle un breve y extraviado monosílabo: sal.

*

La yuca, que venía de Lituana

el mango, dulce fruto de Cracovia

el ñame, que es oriundo de Varsovia

y el café que se siembra en Alemania.

La malanga amarilla de Rumania

el boniato moldavo y su dulzura

de Liberia el mamey con su textura

y el verde plátano que cultiva Ucrania.

Todo eso falta y no por culpa nuestra

para cumplir el plan alimentario

se libra una batalla ruda, intensa.

Y ya tenemos la primera muestra

de que se hace el esfuerzo necesario:

hay comida en la tele y en la prensa.--

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