La física rara vez se equivoca

Yoani Sánchez

07 de junio 2010 - 19:11

A cada paso oigo gente que se queja del calor, esa presencia pegajosa que con la sequía se hace aún más difícil de llevar. Todos sabemos qué le sucede a la presión en el interior de una caldera si se le aplica más temperatura, de manera que para este verano se pronostican problemas y tensiones. Junio se ha iniciado a la espera de esos cambios que discurren con una lentitud agotadora, con una tibieza que empeora el escenario. Desde los primeros días del mes se les ha permitido a algunos barberos usufructuar sus locales de trabajo y han pasado de ser empleados del estado a pagarle a éste impuestos fijos y bastante altos. Por un lado, los nuevos cuentapropistas ganan en autonomía, pero –por otro– el precio de un pelado se ha disparado hasta casi el doble, en vista de que ahora ellos deben correr con los gastos del local, retribuir al fisco y tratar de tener para sí algunos dividendos.

En el punto en que todo parece más torpe es alrededor de las esperadas liberaciones de presos políticos, tan comentadas en la prensa extranjera como silenciadas en la nacional. Se suponía que ya por estos días estuvieran saliendo de prisión esos hombres que hasta el propio Silvio Rodríguez ha reconocido que recibieron condenas “demasiado duras”. El traslado de seis de ellos a otras cárceles cercanas a sus lugares de origen tiene el tufo de la maniobra dilatoria, de la burla oficial a tantas expectativas. No basta con pedir que ocurran las transformaciones. Hay que empujar para que se logren  cuanto antes porque, en la peculiar alquimia de nuestra situación actual, la demora puede ser un elemento explosivo.

Para colmo ha llegado este verano sin lluvias, con los ventiladores ronroneando todo el día y las facturas eléctricas llevándose nuestros salarios. Un sofoco perenne se percibe en las largas colas de los ómnibus, un bochorno que nos acompaña en la ya trabajosa pesquisa detrás de los alimentos. Abanicos que sólo logran echar aire caliente sobre nuestras caras, baños a golpe de jarrito y cubo de los que uno sale con las gotas de sudor brotando de nuevo sobre la piel. Son días en que mis amigos pierden la paciencia y buscan entre los papeles familiares a ver si aparece el acta de nacimiento del abuelo español. En los ojos de muchos se lee una frase no expresada: “Ya no aguanto más”. Tranquilos, les digo, quizás el calor es el catalizador que nos hace falta, el empujón que necesita una población aletargada para exigir que las prometidas aperturas no demoren un mes más.

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