¿Cómo se llaman?

Yoani Sánchez

25 de enero 2014 - 22:48

Una multitud esperaba a las afueras de esa casona del Vedado que tiene una estatua de Abraham Lincoln en el jardín. La escuela de idiomas abría sus puertas a nuevas matrículas y por aquellos días se hacían las pruebas de actitud a los interesados. Todos aguardábamos nerviosos, pensando que nos evaluarían una pronunciación aquí… un dominio del vocabulario allá. Para nuestra sorpresa las preguntas principales no versaban sobre lengua, sino que más bien aludían a la política. A media mañana una joven que había sido rechazada nos advirtió “están preguntando el nombre del primer secretario del Partido Comunista en Ciudad de La Habana”. Nos quedamos boquiabiertos ¿quién iba a saber eso?

Hace unas décadas los dirigentes de las llamadas “organizaciones políticas y de masas” eran figuras conocidas a lo largo del país. Ya fuera por exceso de presencia en los medios oficiales, larga permanencia en el cargo o simple personalismo, aquellos rostros podían ser fácilmente identificables hasta por los niños de las escuelas primaria. Machaconamente oíamos hablar del secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas, sacaban en cada telediario a quien dirigía el PCC en una provincia o nos atiborraban con declaraciones de algún presidente de la Federación Estudiantil Universitaria. Allí estaban, claramente reconocibles. Algunos, hasta habían llegado a ganarse apodos y numerosos chistes por sus manías e ineficiencias.

Esta mañana han mencionado en la televisión nacional a Carlos Rafael Miranda, coordinador nacional de los Comité de Defensa de la Revolución (CDR). Y he caído en cuenta de cómo se han desdibujado esos cargos que antes parecían tener tanto poder, decidir tantos destinos. Gente ahora desconocida, liderando instituciones que cada día caen más en la indiferencia y el olvido. Dirigentes, cuyos dirigidos no pueden recordar con exactitud su nombre y su apellido. Figuras que llegaron tarde para recibir los destellos de las cámaras, incluirse en los análisis de los cubanólogos o –al menos- ser el blanco de alguna broma. Meras sombras de un sistema donde el carisma resulta cada vez más escaso.

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