Desde el mismo bolsillo

Yoani Sánchez

08 de febrero 2008 - 04:10

Soy bastante despistada. Lo mismo dejo la llave dentro de la casa y cierro la puerta, que guardo la billetera en el refrigerador. De manera que estoy obligada a un montón de trucos para no olvidar nada. Tengo una agenda donde escribo lo que debo hacer y apunto en papelitos –por toda la casa- el sinfín de tareas cotidianas -que no admitirían un descuido-. Aún así, algo siempre se escapa y me genera una “pequeña catástrofe”.

Ante la evidencia de mis limitaciones neuronales, he tenido que desarrollar ciertos recursos mnemotécnicos, para no perder la razón con la dualidad monetaria imperante en Cuba. La disyuntiva diaria de cuál moneda usar para pagar los servicios y productos que necesitamos, pone a prueba mi Alzheimer prematuro. De manera que llevo en mi bolsillo “izquierdo” esa moneda llamada “nacional”, que más bien parece dinero de un juego de Monopolio, sin valor real; mientras que al alcance de mi mano derecha mantengo –en caso de que los tenga- los pesos convertibles.

Si debo pagar la guagua, comprar el periódico o entrar a un museo, ya sé que en el lado siniestro de mis pantalones se albergan los inútiles papelitos con los que nos pagan el salario. Ahora bien, si se trata de adquirir un jabón, aceite o pasta de dientes, es el turno de sumergir mi mano diestra en el otro bolsillo. Normalmente, desando la ciudad y apenas si encuentro algo que me haga sacar uno de esos billetes con la cara del Apóstol o la efigie del Titán de Bronce. Cada día mi bolsillo izquierdo se hace más inservible, mientras que la “moneda convertible” se vuelve obligatoria para sobrevivir.

Con esta esquizofrenia monetaria hemos vivido desde hace quince años. La confusión de cuál dinero usar no es lo más triste, sino cómo llegar a obtener los pesos convertibles para ponerlos en “el bolsillo derecho”. Estos billetes sin rostro (mírenlos bien y notarán que sólo traen monumentos o estatuas, nunca la mirada directa de algún héroe) son nuestra obsesión colectiva. Para tenerlos, debemos hacer justo lo contrario que nos llevaría a la moneda nacional. Tenemos que delinquir, desviar recursos al mercado negro, corrompernos, hacer trabajos ilegales o -en el más inocente de los casos- recibirlos de algún familiar o amigo en el extranjero.

Parece lejano el día en que podamos meter la mano en el mismo bolsillo, sacar el rostro de Martí, Gómez o Maceo y comprar con la “moneda nacional” aquello que venden en nuestro país.

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