La técnica del caracol

Yoani Sánchez

22 de septiembre 2007 - 03:50

Hay muchas formas de irse, incluso quedándose. Lo noto cada día al tropezarme con gente que hace tiempo no veo y me cuentan que están en sus casas, que casi nunca salen, que apenas si escuchan noticias o prenden la televisión. Ya no soportan el “afuera”, la calle, la situación. Se han diseñado un mundo que bien pudiera estar en Bangladesh o en Sydney (si no fuera por algunos pequeños detalles de gran trascendencia).

Encerrarse es tan duro como partir, pues para algunos el aislamiento es la última opción después que la emigración ha fallado. Un amigo me dijo el otro día que para el poco contacto social que tiene, bien podría vivir en una cabaña en el Tibet con una foto -pegada a la pared- de la vista que le ofrece su ventana en el municipio Playa.

Si se indaga sobre esta tendencia a quedarse en casa aparecen argumentos como: “ya no me quedan casi amigos que visitar, todos se han ido”, “la calle está muy dura”, “todo cuesta mucho”, “ no vale la pena salir” o “me duele verlo todo tan deteriorado”. También están los que afirman “¿para qué voy a salir? ¿para molestarme?”

A veces, yo también tengo mis días de insiliada. Miro la ciudad desde mi balcón y prefiero quedarme con la imagen del mar, las nubes, la gente caminando; pero me niego a zambullirme. Sin embargo, la alergia al exterior termina por pasar y salgo otra vez con el consuelo de una sabia canción que dice “esto es lo que hay”.

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