¡Vamos pa’ La Rampa!

Decenas de cubanos se acercan a La Rampa a intentar captar la señal de wifi recientemente instalada. (Eliécer Ávila/14ymedio)
Decenas de cubanos se acercan a La Rampa a intentar captar la señal de wifi recientemente instalada. (Eliécer Ávila/14ymedio)
Eliécer Ávila

07 de agosto 2015 - 09:43

La Habana/Son las siete de la tarde y en casa nos apresuramos para comer temprano. Hemos decidido ir a probar la conexión wifi de La Rampa capitalina que se extiende desde Coppelia hasta el Malecón. Los preparativos son los mismos que para ir al teatro o al cine. Con la diferencia de que ahora debemos portar equipos de mayor talla que el teléfono, para poder teclear con soltura y aprovechar mejor el tiempo.

La ruta 174 con su nuevo recorrido esta vez nos favorece y antes de las ocho y media estamos entrando en la zona. De inmediato llama la atención la cantidad de personas que se aglomera en las aceras y en cada rincón, según bajamos algunas cuadras que van conformando lo que podríamos llamar el "tramo caliente".

Como traemos computadoras, buscamos impacientemente un huequito para acomodarnos, pero resulta imposible. Cada piedra, paso de escalera o pedazo de muro está ocupado. Incluso en la propia acera hay gente sentada, y los almendrones les pasan a solo centímetros de los pies sin que parezcan darse cuenta.

El público es de todas las edades, aunque es notable el predominio de los adolescentes, en muchos casos un poco impacientes con sus familiares mayores, tratando de enseñarles a conectarse y navegar por la web. Probablemente este bonito gesto de los muchachos para con sus padres y abuelos se dio de igual forma en buena parte del mundo hace veinte años, cuando comenzó la masificación del acceso a internet, pero aquel proceso se dio primero dentro de los hogares y tiempo después llegó a los espacios públicos, generalmente de forma gratuita.

El público es de todas las edades, aunque es notable el predominio de los adolescentes, en muchos casos un poco impacientes con sus familiares mayores, tratando de enseñarles a conectarse y navegar por la web

Al no encontrar lugar adecuado decidimos subir de nuevo hasta el Hotel Habana Libre, y nos percatamos de que hay un poco de espacio en el pasillo exterior de la instalación ubicado en el segundo piso. Nos apresuramos a sentarnos en el suelo, máquinas sobre las piernas y a poner las contraseñas de acceso a ver qué pasa.

Al instante, varios muchachos nos preguntan si les podemos hacer el favor de permitirles acceder al portal desde nuestras PC para recargar sus cuentas, pues a determinados tipos de teléfonos no les resulta fácil entrar a dicho sitio. Complacemos a algunos y luego vamos a lo nuestro. Logramos entrar y por unos minutos vivimos esa sensación de libertad que da sentido a una existencia moderna y civilizada, donde te sientes parte de algo muy grande, infinito... Es como respirar el aire del mundo exterior y volar a través de él hasta el punto donde desees pararte y contemplar la belleza o la tragedia en la que nos tocó vivir. Cuando esa sensación comenzaba a imponerse sobre el calambre en la piernas, el dolor en la espalda y el ruido ambiente, una voz medio ronca me despertó: "Aquí no se puede estal, mi gente, pa' bajo to' el mundo, vamo". Era uno de los custodios del hotel, que a cada rato pasan "despejando el área".

A duras penas logramos incorporarnos, computadoras en manos y audífonos puestos. Decenas de usuarios bajamos las escaleras casi sin ver los escalones, para comenzar nuevamente la búsqueda de espacio. Encontramos un piso saliente frente al Ministerio de Salud Pública y junto a otros internautas montamos de nuevo el chiringuito. Esta vez moviendo más rápido la mano, pues ya perdimos varios minutos de oro. No más avisarle a un par de amigos para hablar por Facebook, otro custodio nos repite la misma frase. Volvemos a pararnos y a caminar rumbo al Malecón, a ver si tenemos mejor suerte.

"Mientras la calle está llena de gente buscando lugar donde acomodarse y con calor, los locales del Estado están vacíos: no permiten a la gente conectarse"

Por el camino, no dejan de ofrecernos las tarjetas de acceso a tres CUC, uno más de comisión para el que te la pone en la mano en el momento y el lugar adecuado, cosa que no hace la todopoderosa Etecsa. A la altura de la calle O, nos damos cuenta de algo sumamente incoherente con un esquema racional y lógico de negocios. Mientras la calle está llena de gente buscando donde acomodarse para navegar y con un calor tremendo, varios locales espaciosos del Estado que fungen como restaurantes y cafeterías con mesas y sillas están completamente vacíos. Le preguntamos a otros amigos que ya llevan días en el trajín de la wifi y nos cuentan que en ellos no permiten a la gente conectarse.

Al que ha tenido la suerte de salir de Cuba, esto le choca y le incomoda de manera especial, pues estamos conscientes de cuánto puede consumir la gente en refrigerios, picaderas, cervezas y todo lo demás mientras revisa su correo o trabaja en la web. De hecho, la mayoría de los establecimientos gastronómicos notables en cualquier capital del mundo tienen el servicio de wifi gratis como un atractivo más para sus clientes.

En el caso de Cuba, la gastronomía estatizada funciona más bajo la lógica de la corrupción que de la lógica de negocio, pues su falsa rentabilidad nunca ha dependido de la satisfacción del cliente sino del manejo de los insumos para alimentar una cadena de intereses que ameritaría otra reflexión.

Lo cierto es que no hay un lugar en toda La Rampa donde sentarse decentemente a consumir la carísima hora de internet. O mejor dicho, lugares hay, pero no se pueden usar. Subiendo de nuevo, veo a mi derecha una plaza espaciosa en lo alto de un peñón frente al edificio del ICRT. La imagino llena de mesitas y banquitos cómodos, con un servicio elegante y discreto que armonice con la paz necesaria para hacer un uso productivo de la red. Pero es solo un espejismo: el espacio pertenece al parqueo del comité provincial del Partido Comunista de Cuba.

Se ha hecho la magia, estamos conectados y lo vivimos intensamente hasta que se acaba el tiempo y de nuevo quedamos aislados y distantes

Mientras camino me percato de otro detalle importante y es la oscuridad ya crónica que padece la calle 23 en general y La Rampa en particular. Esta condición es desde hace años propicia para el desenvolvimiento de otras actividades que ahora conviven y se entremezclan con el público de la wifi. El resultado de esa interacción pudiera ser la oportunidad perfecta para que algunos malhechores arrebaten fácilmente de la mano de cualquiera teléfonos, tabletas o laptops, pues normalmente los que navegan se concentran en el dispositivo para aprovechar bien el tiempo y no se percatan del peligro a su alrededor. Ya se ha dado algún incidente, a pesar de la permanente presencia policial.

De regreso frente al pabellón Cuba, sede de la Asociación Hermanos Saíz, desenvaino el equipo de nuevo y me siento en la escalera, cubriendo el espacio que acaba de abandonar una muchacha que después de apagar su tableta se sigue riendo sola. ¿Qué noticia recibiría? Allí logro por fin aprovechar los 30 minutos que me quedan y descubro con alegría que en ciertos momentos funciona incluso el vídeo, así que alcanzo a conversar con varios muchachos de Somos+, que tampoco esperaban verme a esa hora. Les muestro de este lado La Rampa, la gente, los carros, y no paran de reír, de preguntar y de asombrarse. Se ha hecho la magia, estamos conectados y lo vivimos intensamente hasta que se acaba el tiempo y de nuevo quedamos aislados y distantes.

A pesar de los pesares, la wifi pasa la prueba del primer mes con la alegría de existir, sirviendo sobre todo como aperitivo para desatar un hambre mucho mayor de conectividad y libertad.

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