En Camajuaní, el Estado cubano deja a la mayoría de los campesinos en la miseria

Las autoridades son cómplices de varios productores "elegidos", pero el resto de los agricultores tiene que trabajar en condiciones precarias

A pesar de la miseria y la imposibilidad de lograr ganancias en dólares, el Gobierno sigue vendiendo los insumos agrícolas en divisas. (14ymedio)
A pesar de la miseria y la imposibilidad de lograr ganancias en dólares, el Gobierno sigue vendiendo los insumos agrícolas en divisas. (14ymedio)
Yankiel Gutiérrez Faife

24 de septiembre 2022 - 18:22

Camajuaní/Como la mayoría de los campesinos cubanos, Ernesto se levanta antes del amanecer y cuela café. La mitad de su casa es de tablas; la otra, techada con fibrocemento. No es pobre, pero el dinero que gana tiene que reinvertirlo en los cultivos.

Su tierra, ubicada en las afueras de Camajuaní, Villa Clara, solía ser fértil y agradecida. Pero desde hace años está seca y no produce a menos que la fertilicen con abonos costosos, la rocíen con insecticidas y le arranquen las hierbas indeseables. "Cuando no se pueden conseguir estos recursos", cuenta el campesino a 14ymedio, "la cosecha se echa a perder".

Ernesto pretende sembrar 15 cordeles de frijoles. Entre el pago de los obreros, el arado y los líquidos ha tenido que gastar 25.000 pesos en la siembra. Una pequeña fortuna que le llevó tres meses reunir, además de acostumbrarse a las gestiones a distancia y a través de Revolico, el sitio web de compraventa donde consiguió seis litros del herbicida glifosato, por 1.675 pesos cada uno.

El chofer del tractor que tenía previsto para arrastrar el arado le cobró 6.000 pesos, más el dinero del combustible, otros 2.200. "Todo lo que he podido conseguir, ha sido con mi dinero, sin créditos ni préstamos", dice el hombre. "Y ni con eso he podido empezar la siembra".

"La suerte es que, de lo que produzco, vendo casi todo", concluye, "Y además dejo algo para mi casa. Si no, la cuenta no da".

A pocos kilómetros de Camajuaní, en una finca del poblado de La Sabana, Armando cultiva mangos y guayabas que luego vende a Acopio. Esta empresa estatal las distribuye a la fábrica de conservas Los Atrevidos, en Remedios. "La gente de Acopio parecía seria", dice, "hasta que un día quedaron muy mal conmigo".

Armando tenía previsto el envío de seis cajas de mango, bien maduro, y lo mantuvieron esperando todo el fin de semana. Bajo el calor de agosto, algunos mangos comenzaron a pudrirse. "No pude esperar más", cuenta el guajiro, que tuvo que vender el lote a un comerciante de Camajuaní, que rápidamente la despachó.

"Cuando llamé a Acopio para reclamar, me explicaron con descaro que sin combustible para los camiones no se podía comprar el mango", narra. "Con ese nivel de inestabilidad, ¿cómo se puede confiar en el Estado para hacer negocios?".

Miguel también vive y trabaja en Camajuaní pero, al contrario de Ernesto y de Miguel, sus recursos son muy escasos para mantener sus sembrados en buen estado. Últimamente ni siquiera vende lo que cosecha, sino que lo dedica al consumo de su propia familia.

Siguen la tradición de enfrentar el campo en solitario, de sol a sol, y resignarse a la austeridad y a la marcha de los hijos, que rara vez permanecen en los poblados rurales

Viejo y con achaques, Miguel depende de su escuálida chequera. "Eso no me da para los insecticidas", lamenta. Ha intentado prosperar con otras alternativas: humus de lombriz, heces de animales y una mezcla fabricada con cujes de tabaco y vegetales podridos, pero ni siquiera así las plagas se rinden".

Rozando la pobreza extrema, el caserón de Miguel no tiene ni siquiera un baño, tan solo un excusado de tablas en el patio. A pesar de la miseria y la imposibilidad de lograr ganancias en dólares, el Gobierno sigue vendiendo los insumos agrícolas en divisas. La mayoría de los campesinos no tiene o no sabe cómo solicitar una cuenta en moneda libremente convertible. Son procesos muy nuevos, modos de pago a los que no están habituados y una burocracia asfixiante que convierte la comercialización en una pesadilla.

Algunos de ellos, los más adinerados, han podido contratar peones y equipos. Otros siguen la tradición de enfrentar el campo en solitario, de sol a sol, y resignarse a la austeridad y a la marcha de los hijos, que rara vez permanecen en los poblados rurales.

Ernesto, Armando y Miguel no están afiliados a ninguna cooperativa. Pocas veces el Estado les presta atención cuando se quejan en los organismos campesinos y jamás llegan a tiempo cuando se venden recursos. "Lo que hay es para los productores estatales", es la respuesta que les dan.

No es raro que estos tres hombres, acostumbrados a las dificultades y la burocracia, se hayan quedado perplejos ante un reciente titular de Granma, que hablaba de otro productor de Camajuaní: "Si Yusdany puede, ¿por qué otros no?", decía el diario del Partido Comunista, citando nada menos que a Miguel Díaz-Canel.

El rollizo presidente, de visita oficial en el pueblo villaclareño, había acudido al flamante "matadero" privado de Yusdany Rojas, un joven de 31 años. Rojas alimenta en su finca la ingente cantidad de 800 cerdos, al tiempo que siembra tabaco para venderlo a los que despalillan las venas de las hojas. Además, en sus terrenos crece caña y otros cultivos, y tiene espacio para una "pequeña" fábrica de embutidos.

Díaz-Canel se hace retratar con el joven Yusdany, fascinado por el crecimiento de los marranos y la "autogestión" de la finca, donde los problemas no hacen mella. "Le faltan tierras", anota Granma, para que la burocracia local se sienta presionada ante el dilema: las cinco caballerías de su propiedad ya no son suficientes.

"Estuvimos mucho tiempo acostumbrados a que el Estado nos diera todo como si fuéramos pichones", dice, y sus palabras casi suenan irónicas, "pero ahora nos han liberado las alas y lo que nos toca es aprender a volar".

Yusdany vende lo suyo al turismo y a las empresas estatales. El banco es pródigo a la hora de concederle créditos y los puercos gozan de buena salud. "Muy pronto llegaré a tener 3.800 puercos", promete Rojas, y nadie lo duda.

Casi 4.000 cerdos, 86 empleados, 5 caballerías que pronto se multiplicarán y la bendición personal de Díaz-Canel. El mandatario tiene un afecto especial por Camajuaní y no le basta con allanar el camino para la mafia del calzado, omnipotente en el territorio. Ahora también garantiza que agricultores "elegidos", como Rojas, prosperen para agasajarlos en los medios oficiales.

Ernesto, Armando y Miguel se hacen la misma pregunta, que se convierte en un reclamo: si Yusdany puede, ¿por qué nosotros no?

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