Días 20 a 22: Mascarillas blancas colgadas en los balcones

Mi barrio es una biopsia de cómo ha envejecido Cuba. La mayoría de sus edificios comenzaron a construirse hace 40 años

En las terrazas pasan sus horas muchos de los vecinos de mi barrio. (14ymedio)
En las terrazas pasan sus horas muchos de los vecinos de este barrio. (14ymedio)
Yoani Sánchez

11 de abril 2020 - 18:45

La Habana/La vida transcurre en los balcones para muchos de mis vecinos, especialmente los ancianos que cuentan con una familia que les garantice los cuidados, mientras evitan contagiarse por covid-19. En las terrazas pasan sus horas, desde allí saludan a los más cercanos, ponen al sol las mascarillas que usan los nietos cuando salen a la calle y miran el horizonte.

Mi barrio es una biopsia de cómo ha envejecido Cuba. La mayoría de sus edificios comenzaron a construirse hace 40 años, en medio del subsidio soviético que permitió erigir estos bloques de concreto que nada tienen que ver con los chalets de jardines que caracterizaron a la zona. Algunos de los viejitos que hoy suspiran desde el balcón trabajaron como constructores para levantar estos inmuebles.

Pero el tiempo pasó. Creyeron que edificaban otro futuro y les ha salido este presente que ahora habitan. A una buena parte se les marcharon los hijos al extranjero, a otros las pensiones no les alcanzan ni para malvivir y unos cuantos siguen haciendo las maletas con la ilusión de emigrar aunque dejen atrás la casa que hicieron con sus propias manos. Pero, por ahora, todos se centran en lo mismo: evitar el coronavirus.

Jueves y viernes se pegan en mi cabeza como una sola jornada porque empecé a sentirme mal

Los comprendo porque he pasado dos días prácticamente confinada. Jueves y viernes se pegan en mi cabeza como una sola jornada porque empecé a sentirme mal. Dolores musculares, náuseas y un fuerte latido en la cabeza, todo indica que algo que comí me hizo daño. Normalmente hubiera pensado en un resfriado o algún malestar ligero pero, en estos tiempos, todo padecimiento parece amplificarse y las alarmas se disparan.

Por suerte, después de 48 horas, los dolores cedieron y volví a sentirme mejor. Pero junto a los problemas físicos, estaba incómoda porque no pude ayudar a mi familia a hacer acopio de alimentos antes de que este sábado se paralice el transporte público y se cierren los grandes centros comerciales. "La gente está como loca en la calle buscando comida", me contó Reinaldo cuando regresó.

La cola de la tienda en la calle Boyeros y Tulipán casi daba la vuelta a la manzana. La policía trataba de poner orden pero la ansiedad era mucha. "¿Qué hay?", preguntó Reinaldo antes de pedir el último. "No se sabe, estamos esperando para poder entrar y comprar lo que haya porque no se sabe cuándo van a volver a surtir", le respondió una mujer con una nasobuco floreado.

Ante esa incertidumbre, mi esposo prefirió regresar a casa con las manos vacías. Ya inventaremos algo, pero lo que no vamos a hacer es involucrarnos en una pelea para alcanzar un paquete de salchichas o un kilogramo de pollo. Una vecina del piso 12 sufrió una fractura en una fila que terminó en bronca. Ahora, además de cuidarse de la pandemia tendrá que guardar reposo por largo tiempo.

Con 16 fallecidos por covid-19, 620 casos confirmados de la enfermedad, 5 pacientes en estado crítico y otros 7 en estado grave, las cifras oficiales publicadas esta mañana apuntan a que el virus se acerca a todos, puede estar en cualquier lado. Si antes parecían números lejanos, cuando escuchábamos el reporte en otros países, ahora podemos ser nosotros mismos, nuestras familiares o vecinos.

Pongo las esperanzas y las energías en el mañana, en mi trabajo y en las posturas del huerto de autoconsumo que siguen creciendo

Pongo las esperanzas y las energías en el mañana, en mi trabajo y en las posturas del del huerto de autoconsumo que siguen creciendo. Ahora tengo también ajos, espigados y hermosos, el orégano de la tierra parece el rey de la terraza y la sábila ha dado nuevos "hijos" a su alrededor para trasplantar hacia otras macetas.

Ayer se nubló a media mañana. No exagero, pero dada la intensa sequía, en los balcones de mi barrio algunos parecíamos como un comité de bienvenida de esos que organizaban los países del otrora campo socialista cuando aparecía algún camarada. Mirábamos al cielo a ver si eran cirros, nimbos o cúmulos, pero no cayó una sola gota.

Aunque la sequía le ganó la partida a las nubes, la anciana de un balcón cercano recogió las mascarillas blancas que había colgado en la tendedera. Todo lo que era importante hace unos días ha dejado de serlo: el orden de prioridades es ahora otro.

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