Fidel Castro fue el ingeniero principal del "clóset político" en Cuba

Por todo lo que implica, que lo conocemos muy bien, millones han titubeado y titubean aún para declararse en contra al sistema

Hay un sistema de nefastas consecuencias perfectamente creado para quien se desprende del temor a expresarse en contra. (CG)
Hay un sistema de nefastas consecuencias perfectamente creado para quien se desprende del temor a expresarse en contra. (CG)
Manuel de la Cruz

07 de septiembre 2021 - 00:01

La Habana/Por allá por 2004 mi profesor de piano decía que a Fidel Castro le habían dado un buen poder para imponerse con su presencia ante cualquiera y hacerlo hasta llorar. Suponía que se lo habían dado en África en los primeros años de los 70, cuando se especula que le hiciesen Obbatalá, por ser hijo de Oddúa.

Recuerdo que me citaba casos donde sus acusadores se desmoronaban visiblemente ante él, donde sus más críticos observadores se le acercaban para darle un reclamo o una carta, en las sesiones plenarias de la Asamblea Nacional, y terminaban doblegándose ante su figura. El mismo profe me recordaba lo que sintió cuando lo tuvo a unos pocos metros, en su graduación de Instructores de Arte en Villa Clara. No se explicaba por qué lloraron tan orgánicamente al verlo despetroncarse contra las gradas.

En esos meses recuerdo una anécdota que protagonizó una señora que visitaba nuestra iglesia evangélica. En la calle fue sorprendida por cámaras de la televisión nacional, y propinó odas generosas a la Revolución cubana. Luego, en círculo cerrado, confesaba visiblemente arrepentida, que no estuvo de acuerdo con nada de lo que había dicho, pero que la presión la había hecho sucumbir.

No creo que estas realidades provengan de otro poder que no sea el de implantar el terror. Cuba es un clóset político. Sus puertas llevan bisagras férreas, de cárcel y de ostracismo, como para que el que desea salir tenga que hacer un sórdido ruido y un esfuerzo colosal. Afuera, en la disidencia, el infierno arde para los declarados. Ser disidente es, gracias al extinto comandante, ser anticubano.

Cuba es un clóset político. Sus puertas llevan bisagras férreas, de cárcel y de ostracismo, como para que el que desea salir tenga que hacer un sórdido ruido y un esfuerzo colosal.

Por todo lo que implica, que lo conocemos muy bien, millones han titubeado y titubean aún para declararse en contra al sistema. Es una especie de opofobia. Hay un sistema de nefastas consecuencias perfectamente creado para quien se desprende del temor a expresarse en contra, el que abandona esta especie de glosofobia política. Fidel Castro fue el ingeniero principal de esta obra, con o sin un Obbatalá coronado en Nigeria; el G2 sus obreros más efectivos y fieles.

Pero esta reflexión no nace en un momento de aburrimiento, este post quiere desembocar en un llamado tangible:

Los intelectuales y artistas cubanos tenemos la colosal misión de empoderar la voz del pueblo. No solo apoyarla una vez viva, sino sacarla de la oscuridad del cuarto, de la jovialidad frente a una mesa de dominó, de la confianza que ofrece una botella de Añejo 3 años. Creo que debemos enfocarnos en esto, con fuerza, con urgencia, con maña. Los de afuera del clóset deben animar a los de adentro a que salgan, y usar cuanta forma noble y novedosa demuestre ser efectiva. Hacerles saber que si sus padres lo botan de la casa, afuera hay un hermano que los va a recibir con orgullo, que les va a dar un plato de comida si es necesario. Más sabe el Diablo por viejo que por Diablo. Después de todo, no hay nada como salir de los clóset.

Piensen en las últimas frases y tengan un buen día. Hoy es un día hermoso para disentir.

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