Marruecos derrota a España en el bar Siboney del Habana Libre

Los dos jóvenes no hubieran podido rebasar esa frontera sin ayuda del acaudalado "Pepe"

La administración del Habana Libre ha acondicionado el bar Siboney como una de las bases de operaciones de los turistas aficionados al deporte en La Habana. (14ymedio)
La administración del Habana Libre ha acondicionado el bar Siboney como una de las bases de operaciones de los turistas aficionados al deporte en La Habana. (14ymedio)
Juan Diego Rodríguez

06 de diciembre 2022 - 22:45

La Habana/Desde las confortables butacas del bar Siboney, en el hotel Habana Libre, un grupo de turistas disfruta la transmisión por cable del Mundial de Fútbol de Catar. Este martes juega España contra Marruecos, encarnizadamente, y los aficionados españoles –que se toman el deporte en serio– ordenan un trago fuerte y se preparan para lo peor.

Más tensos, despiertos y nerviosos porque arriesgan algo más que un partido, dos jóvenes habaneros conversan alegremente con un turista. El hombre está de mal humor, porque los marroquíes no ceden y habrá que ir a penales.

Debajo del televisor, el barman hace de tripas corazón para mantener al día los pedidos, que luego las camareras –también amables, buscando el gesto o la palabra que les asegure la propina– reparten entre las siluetas oscuras del público.

Aunque es casi mediodía, el ambiente es nocturno. Las cortinas están corridas para que resalte mejor la luz de la pantalla. Se habla mucho y se grita cuando algún jugador pasa el balón, tropieza o resbala sobre el terreno.

Antes, los aficionados de la Isla acudían, con pulóveres de sus equipos predilectos –traídos por un pariente de EE UU o de la propia España– y banderolas de afición

Los dos jóvenes intentan distraer al "Pepe", como le llaman a cualquier español que se deje caer por la calurosa Habana, pero todo se pierde cuando Achraf Hakimi, un formidable marroquí –nacido, para mayor ironía, en Madrid– cuela el penal definitivo y destierra a la selección española de Catar.

Decepcionados, con las caras mirando al fondo de sus vasos, los españoles intentan olvidar la derrota. La administración del Habana Libre ha acondicionado el bar Siboney como una de las bases de operaciones de los turistas aficionados al deporte en La Habana.

De las paredes cuelgan los estandartes oficiales del certamen –nadie sabe quién los importó y cómo acabaron en un hotel administrado por el régimen– y hay una burbuja, invisible pero efectiva, que neutraliza a los cubanos que se les ocurra penetrar la barrera.

"Los precios subieron", espeta la mesera cuando algún nacional trata de ocupar las butacas del Siboney. Los dos jóvenes no hubieran podido rebasar esa frontera sin ayuda del acaudalado "Pepe". Antes, los aficionados de la Isla acudían, con pulóveres de sus equipos predilectos –traídos por un pariente de EE UU o de la propia España– y banderolas de afición.

Durante esta edición del Mundial ha sido menos frecuente esta práctica. La transmisión de los partidos en Televisión Nacional, el acceso a los resultados desde internet y el encarecimiento de los establecimientos gastronómicos hacen que quedarse en casa sea no solo la opción más viable, sino la más económica.

En las universidades, algunos decanos han consentido que los estudiantes instalen un televisor en los edificios de la beca. Allí, con ayuda de una "cajita" convertidora de señal, los universitarios de Santa Clara, La Habana o Santiago se amontonan en un pequeño local y discuten acaloradamente cada partido.

Ver el juego en casa tampoco garantiza la tranquilidad. En el mejor momento del partido, durante un penal o una jugada decisiva, puede llegar sorpresivamente el apagón y provocar un disgusto más duradero que tener que pagar, a precios abusivos para un bolsillo proletario, la cuenta del lujoso Siboney.

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