Nadie es bienvenido al hotel New York

El Hotel New York, a pocos metros del Capitolio de La Habana. (14ymedio)
La entrada tapiada del Hotel New York, a pocos metros del Capitolio de La Habana. (14ymedio)
Luz Escobar

02 de mayo 2016 - 15:41

La Habana/Las raíces de un arbusto han crecido entre los escalones y la maleza se extiende sobre la marquesina. El hotel New York, a pocos metros del Capitolio de La Habana, es la viva estampa del abandono. Hace más de una década sus puertas cerraron al público y desde entonces no suena la música de la orquesta, el chin-chin de las copas o el suave deslizamiento de las ruedas de una maleta. Parece una Gran Manzana ahuecada y podrida en el corazón de la ciudad.

Hasta hace pocos años unas letras de metal indicaban a los transeúntes que en la calle Dragones, entre Amistad y Águila, se erigía un alojamiento con aires internacionales cuya construcción concluyó en 1919. El edificio fue originalmente propiedad de José H. Martínez, un rico hacendado que no escatimó gastos en su diseño, mientras que el proyecto corrió a cargo de la firma Tella y Cueto, Arquitectos e Ingenieros. El local quedó arrendado a José A. Morgado para gestionarlo como hotel.

El edificio fue originalmente propiedad de José H. Martínez, un rico hacendado que no escatimó gastos en su diseño

Esa historia apenas puede entreverse en las ruinas que quedan, aunque algo del perdido glamour se mantiene en la mente de los vecinos más antiguos. Eduardo, un jubilado que enseña con orgullo su carné de “combatiente”, reside en la zona desde 1959. Cuenta que, cuando cerraron el hotel a finales del siglo pasado, “eran muchos los que se llevaban las piezas de baño y hasta los azulejos”.

Según el anciano, fue por esa razón que las autoridades de la zona “tapiaron todas las entradas con cemento y bloques”. Pero las incursiones han seguido y ahora “esto se ha convertido en un baño público”. Apenas queda una persiana, las barandas de metal que rodeaban los balcones interiores han sido arrancadas y ni un solo cristal de los que coronaban las puertas se mantiene en su lugar.

En el ala izquierda del inmueble, que antes fuera una zona de esparcimiento para huéspedes, ha quedado instalada una de esas cafeterías donde reina el bajo mundo. Algunos turistas se acercan atraídos por la música y terminan cazados por los ágiles parroquianos que pueblan el lugar. Las ofertas pueden ir desde un bolero desafinado, pasando por una ronda de cervezas pagada por el ingenuo visitante hasta las más sofisticadas maromas sexuales.

Desde el tugurio se ve lo que queda de las casi cien habitaciones que alojaban a los huéspedes y que estaban dispuestas en torno a dos patios paralelos. La prensa de la época recoge que se colocó un lujoso mobiliario y un elegante restaurante en la planta baja, al estilo de los grandes hoteles estadounidenses.

La prensa de la época recoge que se colocó un lujoso mobiliario y un elegante restaurante en la planta baja, al estilo de los grandes hoteles estadounidenses

A la entrada, hundidas en el suelo de granito que ha resistido la desidia, apenas se pueden leer las iniciales del New York. En algunos escalones de la señorial entrada también se mantiene el nombre completo, que resalta en medio de la mugre.

Al otro lado de la calle una modesta cafetería vende jugos y bocaditos. La empleada asegura que el edificio “está a punto de caerse y puede matar a cualquiera”. Recuerda que cuando lo cerraron “vinieron unos hombres en camiones y se llevaron todo lo de valor que ahí había dentro”. Luego fue esperar por una restauración de la Oficina del Historiador de la Ciudad que se ha tardado tanto que “ya no queda nada por salvar”, opina la señora.

En el barrio corre el rumor de que el Historiador, Eusebio Leal, rechazó varias ofertas de empresas europeas para reparar el New York. Sin embargo, a pesar de varias llamadas a su oficina, no fue posible confirmar esta información. “Nadie estaba dispuesto a pagar la cifra que se pedía”, cuenta Eduardo, el anciano combatiente con el rostro surcado de arrugas como las grietas en las paredes del hotel. “Quisieron pedir tanto que a nadie le interesó”, sentencia.

La fachada, que no ha dejado de ser imponente a pesar del deterioro, tiene cuatro filas de ventanas y balconcitos independientes. Un toque de grandeza le imprimen las cinco grandes pilastras corintias adosadas al muro exterior y una gran cornisa sobre la que se construyó el cuarto nivel cuando la ampliación del edificio en 1919. Todo el lugar viene siendo como un modelo a escala pequeña de sus primos gigantes de Manhattan.

Hoy, solo las ratas se disputan el espacio con los vagabundos, que logran acceder por varios huecos para pernoctar en su oscuro interior

Lejos queda la época cuando había que reservar con antelación para pasar una noche en el New York. Hoy, solo las ratas se disputan el espacio con los vagabundos, que logran acceder por varios huecos para pernoctar en su oscuro interior.

En todas las reuniones de rendición de cuenta de la zona, los vecinos plantean que el edificio se ha convertido en un foco de enfermedades y un peligro para la salud. Nada que haga pestañear al delegado del Poder Popular de una zona llena de inmuebles a punto de caerse.

Desperdigados por la ciudad, los objetos que formaron parte del New York adornan la sala de un apartamento, son revendidos en el mercado informal o van a parar a la basura. Un viejo custodio del lugar guarda una mampara y un antiguo reloj de péndulo que dice haber salvado del saqueo. “Un día, cuando reabran el hotel, los devolveré”, asegura con una maliciosa sonrisa, pero ya nadie cree que la música volverá a sonar entre esas paredes.

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