Pagó 7.000 dólares para subir a una lancha con 35 balseros y fue devuelto a Cuba

Un joven manifestante del 11J cuenta su intento de escapar y su deportación a la Isla por los guardacostas de EE UU

La Guardia Costera los rodeó para que detuvieran su camino hacia los Estados Unidos. (EFE/ Archivo)
La Guardia Costera los rodeó para que detuvieran su camino hacia Estados Unidos. (EFE/ Archivo)
Marcelo Santana

29 de mayo 2022 - 15:58

La Habana/Un día, no sé bien por qué, me desperté muy disgustado. Veía correr el tiempo, irse un día más de mi juventud en Cuba, sin poder hacer nada. Así que decidí dar un paso y buscar nuevos sueños en otro lugar donde no me sintiera condenado sólo por ser joven y vivir en una dictadura.

Asumía el riesgo: intentaría llegar por mar al país de la libertad, Estados Unidos. Gracias a unas amistades, me puse en contacto con quienes podrían hacerlo posible. El costo sería alto, 7.000 dólares, pero era la única manera.

Me habían asegurado que sería en un barco de pesca que salía desde EE UU y que entraba a Cuba, cosa que había hecho en otras ocasiones. Todos caímos en la mentira. Como la persona que me lo comentó era de confianza, me dio seguridad. Nada más lejos de la realidad: la embarcación resultó ser cubana (bastante buena, pero de factura nacional).

El viaje, además, se pospuso dos semanas por causas ajenas a nosotros. Por esos días, dos agentes de las tropas especiales habían desaparecido luego de lanzarse al mar en paracaídas cerca de Baracoa, Artemisa.

El día de la marcha hubo muchos llantos, pero cuando me propongo un objetivo, me concentro en lograrlo. No tenía opción a pensar demasiado las cosas

El día de la marcha hubo muchos llantos, pero cuando me propongo un objetivo, me concentro en lograrlo. No tenía opción a pensar demasiado las cosas.

Al día siguiente de recibir la ansiada llamada que servía de señal para partir, muy temprano en la mañana, me dirigí en un carro al lugar desde donde zarparíamos. Estaba a unas dos horas de mi casa, en La Habana, en dirección de Artemisa.

Al ver el barco, todos nos sentimos muy seguros por su tamaño y capacidad. Tenía 10 metros de largo por 2,50 de ancho y navegaba muy bien, pues tenía un motor muy potente de varias velocidades. Éramos en total alrededor de 35 personas, cinco de ellos, niños.

Entre esas personas, que deduje que serían familia, hablaban de que el barco se había comprado apenas en el mes de enero.

Los nervios hicieron que, al poco tiempo de desamarrar, comenzara a vomitar la mayor parte de los pasajeros. Los nervios y el tiempo: las nubes y el viento provocaban olas de hasta tres metros de altura.

Pero el oleaje no era el único muro que se interpondría en nuestro camino. Cerca de las doce millas recorridas, nos interceptaron los guardacostas cubanos. Intentaron convencernos de regresar, pero teníamos la decisión tomada: continuar hasta el final.

Nos siguieron hasta haber completado las doce millas y, según comentó el dueño del barco, enviaron nuestras coordenadas a la Guardia Costera de Estados Unidos, Un rato después, hacia las 40 millas, fuimos localizados por la avioneta de los guardacostas. Nos siguió en círculo hasta que nos alcanzó un barco.

De los que habíamos sido detenidos, solo nos dejaron a bordo a menos de diez personas. Al resto, las devolvieron de inmediato a Cuba

A bordo de nuestra embarcación no paraban los vómitos y las esperanzas comenzaban a desvanecerse. Desde el barco de la Guardia Costera, nos amenazaron con abrir fuego. Eran cuatro agentes y ninguno hablaba español pero, a pesar de que no hablábamos inglés, algo nos entendieron. Nos manteníamos firmes en nuestro afán. Supongo que el hecho de llevar niños a bordo les impedía el uso de las armas, al menos directamente, contra nosotros.

Nos dimos cuenta de que solo querían que nos detuviéramos, ya que bajo ninguna razón podrían dejarnos continuar nuestro camino hacia tierra firme. A pesar de todo, decidimos continuar. Los agentes siguieron su marcha, en busca de otro barco, proveniente de Matanzas, que al parecer tenía más riesgo, y creímos que nos estaban dejando ir. Inocentes.

Al cabo de una hora, llegaron a nosotros agentes federales y, después de un buen rato haciendo giros de 360 grados a nuestro alrededor para que nos detuviéramos, decidimos explicarles que queríamos solicitar asilo político.

Estábamos hacia la milla 20 de Cayo Hueso, o muy cerca de ahí, según indicaba nuestro GPS. La conversación era una oportunidad que, a la larga o la corta, sería mejor que nada.

Nos subieron al barco de la Guardia Costera y pasamos dos días en él. De todos los que solicitamos el asilo, al día siguiente nos entrevistaron solo a dos. De los que habíamos sido detenidos, solo nos dejaron a bordo a menos de diez personas. Al resto, las devolvieron de inmediato a Cuba.

Poco tiempo después nos transbordaron a otro barco. Allí nos encontramos con un grupo exageradamente grande de haitianos que también habían sido interceptados y, para mi sorpresa, tuve la oportunidad de conversar con tres de ellos en español. A pesar de que eran muy jóvenes, tenían gran dominio de nuestra lengua. Me pregunté: ¿cómo es posible que en el país más subdesarrollado del mundo puedan dominar varios idiomas y nosotros, con educación gratis, manejemos mal el español?

Al cabo de tres horas, nos llevaron a un tercer barco, en el que pasamos alrededor de cinco días. Dormimos en la cubierta inferior el primer día, pero después, una vez llevaron a los haitianos hasta el barco que iba en dirección a Bahamas, nos acomodaron en la superior, con más espacio para dormir un poco mejor.

De todas maneras, solo nos daban una sábana para taparnos. Las condiciones eran terribles. Pasamos frío y hambre. La comida siempre fue arroz con pimienta y frijoles, desde el primero hasta el último día. No se puede tener así a personas que solo quieren tener una mejor vida.

Queríamos que nuestra familia supiera que estábamos bien, y solo nos relajaba el hecho de estar en el mar, donde veíamos atardeceres hermosos

Además, todo era angustia, por no saber qué nos sucedería. Queríamos que nuestra familia supiera que estábamos bien, y solo nos relajaba el hecho de estar en el mar, donde veíamos atardeceres hermosos.

Cuando preguntábamos si nos iban a regresar a Cuba, nos decían que no sabían nada de este tema. Mi punto para el asilo político fue que había participado en las protestas pacíficas del 11 de julio y el riesgo de que me procesaran en Cuba si abrían alguna investigación.

Una semana después, finalmente, nos enteramos de que sí nos regresarían. Todo un sueño truncado, después de sufrir tanto durante ese tiempo.

Sin embargo, esos días me enseñaron a mantener la calma. Los oficiales que nos recibieron se burlaban de nosotros con preguntas como "¿qué comieron, carne o pescado?". Yo respondí: "Lo mismo que muchos cubanos desearían poder comer".

No todo fue malo. También hubo momentos de diversión y conocí personas muy buenas. Por ejemplo, dos balseros que estuvieron reportados como desaparecidos, que me contaron que pasaron varios días a la deriva con agua para 15 días y que, gracias a la buena voluntad de pescadores de Cayo Hueso, pudieron comer.

También supe de otras historias dramáticas. Como un grupo de balseros que perdió su motor cerca de las 12 millas cubanas por un desperfecto técnico e improvisaron una vela. Con ella se acercaron a 12 millas de EE UU, pero fueron delatados por unos pescadores estadounidenses que precisamente los habían ayudado antes, dándoles alimentos.

Si me preguntan si lo volvería a hacer, respondería que puede ser. Hay que sentirse muy seguro, eso sí, del barco que se va a utilizar. En cualquier caso, a nadie le reprocharía esa decisión. Este país no nos da la posibilidad de luchar por nuestros sueños. Cuba nos hace huir para sentirnos seguros.

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