Los Reyes Magos vuelven a Cuba de la mano de una generación que creció sin ellos

Por décadas, solo en las historias que contaban los abuelos quedaron vivos aquellos monarcas que llegaban en camellos cargados de regalos

El costo de los regalos, juguetes y golosinas representaba buena parte del salario de los cubanos pero han terminado por comprar algo. (14ymedio)
El costo de los regalos, juguetes y golosinas representaba buena parte del salario de los cubanos pero han terminado por comprar algo. (14ymedio)
Yoani Sánchez

06 de enero 2023 - 22:46

La Habana/Decenas de personas amanecieron este viernes a las afueras de las principales tiendas en divisas de La Habana con la esperanza de alcanzar algún juguete o golosina como regalo por el día de los Reyes Magos. Curiosamente, entre esos rostros ansiosos que aguardaban para comprar una muñeca, un carrito de plástico o unas galletas dulces había muchos cubanos que crecieron en una época cuando era prohibido hablar de Melchor, Gaspar y Baltasar.

Frente a la puerta de entrada de la Plaza de Carlos III, en Centro Habana, las expectativas bajaban con cada minuto. Si en las primeras horas del día había quien conservaba la esperanza de conseguir algún juguete infantil o divertimento de mesa, poco a poco quedó claro que la única oferta del día eran los bocaditos de jamón y el pollo frito que se vendían en la zona en pesos cubanos.

Los más precavidos, y con tarjetas en moneda libremente convertible (MLC), días antes habían arrasado con cuanto caramelo, taza diminuta, disfraz infantil o chuchería salieron a la venta en esas tiendas. Otros se sumergieron en el mercado negro para comprar algunas de esas mismas mercancías revendidas a precios con tres, cuatro y hasta cinco ceros a la derecha. Pero también estuvieron los que no pudieron hacer ni una cosa ni la otra.

"¿Van a sacar algo para los niños?", preguntaba hoy una mujer de unos 50 años que repasó primero con la vista el mostrador a la entrada de la Plaza de Carlos III en busca de peluches, pelotas o, al menos, unos modestos lápices de colores. No encontró lo que buscaba con los ojos y tampoco recibió respuesta del empleado, más concentrado en explicar cuántos bocaditos tocaban por persona y en advertir que no se podía "hacer la cola dos veces".

Aquella mujer que indagó sin resultado pertenecía a una de esas generaciones de cubanos que no experimentaron directamente la tradición de los Reyes Magos. Para cuando nacieron, toda práctica religiosa había sido satanizada por el discurso oficial y el ateísmo más extremista se había impuesto en cada resquicio de la vida en esta Isla. Eran tiempos de esconder la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en la habitación, lejos de las miradas indiscretas, de condenar en un rincón a los orishas y de ocultar el escapulario debajo de la ropa.

Por décadas, solo en las historias que contaban los abuelos quedaron vivos aquellos monarcas que llegaban en camellos cargados de regalos. Para completar el enterramiento de la tradición, Fidel Castro dispuso que el momento del año en que los niños cubanos iban a poder comprar juguetes nuevos sería en el mes de julio, bien lejos de aquel 6 de enero demasiado cercano a otra fecha que le provocaba ojeriza: la Navidad.

Quien busca erigir un nuevo credo y plantar las columnas de su propio dogma comienza derribando los pilares de toda doctrina anterior. Para construir el castrismo, su artífice principal barrió con cualquier otra creencia previa; redactó un nuevo evangelio, esta vez marxista; se encumbró a sí mismo como Mesías; hizo del rencor su ley predilecta y además sacralizó sus propias imágenes de ponebombas elevados al altar revolucionario y de guerrilleros que, en lugar de promover el amor al prójimo, lo invitaban a convertirse en una "fría máquina de matar".

En esa nueva y obligatoria fe que se construía, unos señores que llegaban a venerar a un pequeño niño y a entregar de regalo algo de oro, incienso y mirra, no cabían por ningún lado. La historia que encarnaban se colocaba en la antípoda de lo que Castro buscaba implantar en Cuba porque hablaba de humildad a pesar del poder, del entendimiento humano amén de las clases sociales y de una tradición milenaria que empequeñecía su experimento social.

Los infantes que crecieron entre los años 60 y hasta bien entrados los 90 no escribieron ninguna carta, ni experimentaron aquel salto en el estómago la noche anterior de despertar y correr a buscar los regalos

Así que los infantes que crecieron entre los años 60 y hasta bien entrados los 90 no escribieron ninguna carta con sus pedidos, ni experimentaron aquel salto en el estómago la noche anterior de despertar y correr a buscar los regalos. Tampoco prepararon agua y pasto para aliviar el cansancio de las cabalgaduras. Sin embargo, enterrar una tradición es tarea ingrata para el que quiera hacer de sepulturero de algo tan escurridizo como son las prácticas espirituales de una comunidad de individuos.

De poco sirvieron los insultos contra aquello que la prensa oficial etiquetó como costumbre extranjera, que los extremistas ideológicos catalogaron de rezago pequeño burgués y los oportunistas que querían ganarse puntos ante el poder señalaron como una forma de imperialismo cultural. Poco a poco los Reyes han ido regresando de la mano justamente de aquellos que no los disfrutaron en su niñez.

Este viernes, en la esquina que forman la calle San Rafael y Galiano, justo a la entrada del Boulevard de La Habana, un hombre contaba el dinero para comprar una muñeca para su nieta. A su lado, una mujer de unos 45 años regateaba el precio de un pequeño carro de bomberos hecho de plástico y, a pocos metros, una pareja vacilaba entre elegir un osito rosado o un unicornio multicolor.

Para todos ellos el costo de esos regalos representaba buena parte de su salario pero terminaron por comprar los juguetes. Lo hicieron porque son de esa generación que, cuando regala un 6 de enero, también se está resarciendo de todo aquello que no le trajeron los prohibidos camellos de su infancia.

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