El campismo de San Pedro, de paraíso costero a refugio de damnificados en Artemisa

Artemisa

La prensa oficial critica la gestión de la villa en la que solo funcionan 35 cabañas, falta la mitad de los trabajadores y los salarios no llegan a los 3.000 pesos

Si se mantienen las actuales condiciones, no es raro que San Pedro vaya camino a desaparecer.
Si se mantienen las actuales condiciones, no es raro que San Pedro vaya camino a desaparecer. / El Artemiseño
14ymedio

13 de julio 2025 - 13:31

La Habana/Saqueado por bandoleros, ocupado ilegalmente, refugio de damnificados: las instalaciones del campismo popular de San Pedro, una playa de Bahía Honda (Artemisa) han pasado de todo. Paradisiaco antaño, el lugar es prácticamente inaccesible por culpa del marabú y el mal estado de las carreteras. Por si fuera poco, el año pasado lo azotó un ciclón y sus estragos siguen a la vista, como si Rafael –que llegó a Cuba con categoría 3– hubiera pasado ayer.

En un reportaje inusual por su tono crítico, El Artemiseño da cuenta de la desidia que vive hoy el campismo, a cargo de la empresa de Alojamiento. En 2014, cuando el Gobierno decidió que las casa de veraneo de las empresas pasarían a prestar servicio a la población o a ser casas para damnificados, Alojamiento recibió cerca de 30 cabañas –“con clima, televisores, refrigeradores, camas, cortinas, varios transportes, grupo electrógeno, y otros recursos”– que pertenecían a la industria azucarera. Otras tantas fueron cedidas hace unos años por el Ministerio del Interior, que las cambió por otra villa en Mariel.

Más de una década después de que se asentara en San Pedro, de 70 instalaciones, Alojamiento solo tiene 35 funcionando y apenas siete estaban ocupadas durante la visita del periódico. “El huracán hizo mucho daño en las cubiertas, al caer las matas de coco. Se repararán, pero hasta ahora no hay cemento”, explica al diario el director del Campismo. No obstante, Rafael no es el único culpable de que la zona esté en ruinas, con la maleza con más de un metro de altura y abandonada –según el propio periódico– a la “desidia”.

Árboles caídos, los restos de un parque infantil, de un restaurante, un ranchón o la sala de juegos, todos están "a merced de la lluvia y el sol".
Árboles caídos, los restos de un parque infantil, de un restaurante, un ranchón o la sala de juegos, todos están "a merced de la lluvia y el sol". / El Artemiseño

“Los solo 20 kilómetros para entrar son casi interminables entre huecos profundos y abundante marabú. En el trayecto no cruzas vehículo alguno, salvo los de tracción animal. Y muy escasos”, critica el diario, que a cada paso por el campismo encuentra más rastros dejados por “el tiempo y la apatía” . 

El oficialismo no pierde la oportunidad de responsabilizar a los residentes locales: “La ‘dejadez’ fue la oportunidad para que bahiahondeses recién damnificados por el huracán de 2024, ocuparan cabañas por su cuenta. En otras robaron ventanas, puertas, sanitarios, cercas, aceras. Y según nos cuentan, algunos “osados” marcaron las restantes como su propiedad”. No obstante, reconoce que si las autoridades cumplieran con su trabajo otro gallo cantaría.

Árboles caídos, los restos de un parque infantil, de un restaurante, un ranchón o la sala de juegos, todos están “a merced de la lluvia, el sol, el deterioro”. Quienes se alojan en las cabañas disponibles no tienen opiniones muy distintas de las del diario. “Es una opción asequible al comparar los precios de hoteles y alquileres cerca de las playas, pero precisa mejores condiciones”, explica un vacacionista que alquiló dos casas para las que tuvo que traer “todo, hasta la nevera y el agua potable”.

El hombre es cliente regular de San Pedro desde hace 20 años, adonde viaja con su familia y nadie mejor que él puede notar la debacle de la instalación. “El personal del campismo es muy agradable, pero no ofrecen gastronomía ni recreación. El parque infantil se perdió. Cocinamos con equipos eléctricos, pero ante los constantes apagones usamos variantes” dice, antes de mostrar al diario una hornilla de leña.

Las comidas de los huéspedes dependen de lo que traigan para cocinar y las “chucherías” y bebidas que venden los particulares en la playa.
Las comidas de los huéspedes dependen de lo que traigan para cocinar y las “chucherías” y bebidas que venden los particulares en la playa. / El Artemiseño

Residente en San Cristóbal, una ciudad del municipio cabecera, el artemiseño pagó 40.000 pesos a un particular para que lo llevara hasta la playa con su familia y todo lo necesario para vivir unos días en el campismo. La experiencia es, en resumen, decepcionante: “Ningún área exhibe su mejor cara”, precisa otro vacacionista.

Contrario a lo que cuentan los huéspedes, cuyas comidas dependen de lo que traigan para cocinar y las “chucherías” y bebidas que venden los particulares en la playa, el director del campismo asegura que tiene recursos para ofertar almuerzos y comidas, “pero los campistas no lo solicitan, ellos se cocinan”, algo que el periódico no cree del todo.

Lo mismo ocurre, refiere, con la venta de un módulo de papel sanitario, licor y “otros bienes” que no se ha llegado a vender a los visitantes. “Algo medio raro”, confiesa. Pero la respuesta a estas irregularidades no tarda en despejarse: las condiciones de los trabajadores son pésimas.

“No podemos hacer mucha gestión para ampliar las ofertas al tener un solo vehículo, no en muy buen estado, y 20 litros de diésel de asignación mensual. Tampoco se permite en la instalación ninguna forma de gestión no estatal, y la plantilla no está cubierta ni al 50%. Los salarios andan por debajo de los 3.000 pesos”, explica el directivo.

En esas condiciones, no es raro que San Pedro vaya camino a desaparecer, como ocurrió con La Herradura, otro campismo cercano que, según El Artemiseño, “desapareció del mapa” tras quedar prácticamente abandonado.

San Pedro tampoco es el único “con los días contados”. Hace dos años la provincia registraba 310 cabañas, pero al cierre del pasado mayo quedaban 242. La falta crónica de recursos y de presupuesto para un sector que está lejos de ser una prioridad para el Estado solo empeora la situación. Una inyección de capital podría resolver parte del problema, pero pensar en que una inversión milagrosa rescate las instalaciones, reconoce el medio, es caer en “utopías”. 

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