Coreografía de una cola para comprar el gas licuado bajo un sol de justicia en Cuba

Banquito, agua y mucha paciencia para conseguir el pequeño cilindro en un barrio de Sancti Spíritus

El anciano es de los que no pueden pagar 5 pesos para que alguien le cuide la cola mientras él descansa a la sombra. (14ymedio)
El anciano es de los que no pueden pagar 5 pesos para que alguien le cuide la cola mientras él descansa a la sombra. (14ymedio)
Mercedes García

17 de agosto 2023 - 20:28

Sancti Spíritus/Empiezan a llegar desde muy temprano. Algunos acarrean una botella de agua, otros un banquito para sentarse y todos arrastran un carrito para colocar la balita de gas licuado en la barriada de Pueblo Nuevo, Sancti Spíritus. La única sombra a varios metros a la redonda la da un tosco edificio construido en los años 80. El resto es fango y sol. Sobre el lodazal y bajo las flechas del inclemente Indio se arma la cola. Algunos han conseguido un puesto a través de la aplicación Ticket, pero la mayoría hace la fila a la vieja usanza: uno detrás de otro hasta que le toque.

El intervalo de espera para la compra de los cilindros de gas por parte de los núcleos familiares es de 26 días, pero nunca se cumple. "Ahora te tardas hasta mes y medio para tener el derecho a una nueva balita", rezonga Evaristo, un jubilado que alterna el gas licuado "con el carbón de toda la vida" para poder cocinar los alimentos en su casa. El anciano es de los que no pueden pagar 5 pesos para que alguien le cuide la cola mientras él descansa a la sombra. Por esa cantidad y 100 más, algunos emprendedores informales ofrecen incluso avisar, en la puerta de la casa, que el depósito lleno ya aguarda al cliente.

"¡Un impedido!", grita el empleado desde el pequeño cubículo donde despachan los cilindros. Los trabajadores intercalan en la fila personas con discapacidades y clientes que tienen el ticket conseguido a través de pasarelas electrónicas. "Deben traer 100 balitas cada día, pero lo que están llegando son buchitos de 20 o 30", explica a 14ymedio un joven que aguarda en la fila. Las sombrillas y las mangas largas se ven por todas partes. Nadie quiere que se le achicharre la piel bajo el sol de agosto.

Cuando pasa alguien al mostrador, la cola se mueve lentamente. Algunos acercan sus banquitos hasta el comercio, otros acortan la distancia con la persona que tienen delante y hay también quienes salen de la sombra al lado del edificio para hacer ver que siguen en la fila y mantienen su puesto. Es una coreografía bien aprendida con décadas de "hacer cola hasta para morirse", sentencia Evaristo.

El tiempo de despacho supera los 15 minutos por cada consumidor porque deben registrar todo en una vieja computadora, cotejar que realmente le toque una nueva cuota de gas licuado y comparar el número que lleva grabado la balita con el que aparece en la base de datos. "Hay más requisitos que para obtener el carné del Partido Comunista", se burla una mujer. Una anciana se acerca arrastrando su carrito por el fango y reclama su prioridad por pertenecer a la Asociación Cubana de Limitados Físico-motores (Aclifim). Pero ya hay varios como ella a la espera.

Cuando llega el mediodía, el grito del empleado hace las veces de una explosión que desperdiga en pedazos la cola. "¡Por hoy es todo, ya se acabaron las balitas!", resume la mala nueva. Caras largas, murmullos y frases de malestar se escuchan por todas partes. Mañana todo volverá a repetirse desde las primeras horas de la mañana y así, sucesivamente, sin esperanzas de que la cola para comprar el gas licuado se haga más corta o más fácil algún día.

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