Los vecinos nos leen y los amigos apoyan en la distancia

En medio del encierro reconforta ese ‘feedback’, uno se siente acompañado

El camión que descargó los productos en los bajos del edificio trajo yucas, boniatos, chopos y guayabas. (14ymedio)
El camión que descargó los productos en los bajos del edificio trajo yucas, boniatos, chopos y guayabas. (14ymedio)
Luz Escobar

27 de septiembre 2020 - 16:56

La Habana/De alguna forma, pero nos leen y a pesar de la censura contra nuestro medio digital en los servidores cubanos. Lo confirmé ayer en el ascensor cuando un muchacho me preguntó: ¿Fuiste tú la que escribió el artículo sobre el edificio?

Le respondí que sí, que estoy publicando un texto cada jornada a modo de diario. "Ah, qué bien, me gustó mucho pero lo leí como algo así, como de un blog, algo personal más que como un artículo, porque para eso, claro, le falta objetividad". "Exacto, es eso, una crónica, un testimonio a modo de diario sobre cómo vivo la cuarentena", apunté.

"Lo vi en el teléfono de mi primo y así lo entendí y te repito, me gustó mucho", agregó. En eso abrió la puerta del elevador en mi piso y salí, después de agradecer sus palabras. Mientras caminaba por el pasillo hacia la puerta me decía: ¡Ay! ¡Qué felicidad! Nos leen. Así son las redes, nos conectan y también nos descubren. Hace unos días un tuitero me comentó que éramos vecinos después de leer una de estas crónicas.

En medio del encierro reconforta ese feedback, uno se siente acompañado. También por el Messenger de Facebook y por WhatsApp llegan mensajes de amigos que ofrecen su ayuda. "Si necesitan algo, avisa", me dicen muchos. También es una felicidad comprobar que los amigos siguen ahí y están dispuestos a mover sus energías para ayudar.

No es nada nuevo tampoco. Son los mismos amigos entre los que reunimos fuerza y empeño cuando el tornado afectó algunos barrios de La Habana. Los mismos que dan compartir a un post de Facebook o retuitean una denuncia que hago cada vez que la Seguridad del Estado me reprime, me acosa o difama.

Ayer fue el día de la vianda y también hubo, como cada jornada, la venta de un módulo con chucherías

Ayer fue el día de la vianda y también hubo, como cada jornada, la venta de un módulo con chucherías.

El camión que descargó los productos en los bajos del edificio trajo yucas, boniatos, chopos y guayabas. Esta vez sí pude comprar porque, para variar, comenzaron por el piso 12. Alcancé, pero en las pilas de viandas había más tierra colorada que otra cosa. También trajeron de nuevo caldosa, dicen que elaboran en el Hotel de Tulipán, cruzando la calle y conocido en el barrio como el "hotelito" aunque ocupa toda una manzana.

Mientras esperaba para comprar, un joven comentó lo absurdo de este encierro. "Esto no lo entiendo, es a pepe porque les da la gana, aquí hubo un solo caso positivo y ese hombre ni siquiera vive en este edificio, venía a visitar a sus padres", dijo. "Es como si nos quisieran trancados. Aquí con cerrar un edificio ya tienen 150 casas cerradas. Ayer me dijeron que hay dos edificios más en el barrio que también están en esta situación", agregó.

En caso de necesitar realizar un trámite impostergable, como ir al cercano cajero a extraer efectivo, hay que pedir permiso a la delegada del Poder Popular

De casualidad, en esa espera me enteré de que existe un protocolo por si un vecino debe salir de urgencia. En caso de necesitar realizar un trámite impostergable, como ir al cercano cajero a extraer efectivo, hay que pedir permiso a la delegada del Poder Popular.

Mientras tanto, mis hijas han aprendido ya como cuatro coreografías mirando a sus ídolos en TikTok. A pesar de que no tienen cuenta en esa red social, copian los pasillos desde mi Instagram. Me ayudaron también con la limpieza. Entre las tres hemos dejado la cocina y el baño brillando. Una semana más de encierro y ya no vamos a tener nada a lo que sacarle lustre.

Aunque todos los días de cuarentena parecen iguales, cada uno se vive de una forma diferente. Ya pasó la ansiedad de las primeras 48 horas. Ha llegado algo de calma y resignación. No queda más remedio que esperar a que la cinta amarilla deje de rodearnos por todas partes.

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