Los "deambulantes" de Matanzas, sin techo y evitando a la Policía
Pobreza
Las autoridades despliegan operativos para detener a los mendigos que se nieguen a ingresar en centros de cuidado
Matanzas/Los rigores de la intemperie, el hambre y la violencia callejera no son los únicos peligros que acechan a los matanceros sin hogar. Desde la puesta en marcha de las nuevas normas para la atención a los "deambulantes", los operativos policiales y las constantes reclusiones forzadas en centros de atención han extendido el temor entre estas personas.
Los puntos donde tradicionalmente se concentran una mayor cantidad de mendigos están inusualmente vacíos por estos días. Las declaraciones a la prensa oficial de Belkis Delgado Cáceres, directora de Prevención, Asistencia y Trabajo Social del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, han multiplicado los controles y asustado a quienes pernoctan o piden dinero alrededor de estaciones de transporte, parques y paradas de ómnibus.
La funcionaria aseguró que "las personas con conducta deambulante que practican la mendicidad de manera reiterada", y se niegan a entrar en los centros de atención habilitados para sus cuidados, serán advertidas por la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) y denunciadas ante el Grupo de Prevención Social de la demarcación del Consejo Popular. La normativa ha sido duramente criticada porque mantiene un enfoque que culpabiliza a los sin hogar.
"Antes me sentaba tranquilo en cualquier lugar de la calle Medio, pero ahora no me puedo quedar ahí porque sino me trancan"
Las palabras de Delgado han asustado a muchos, como Manuel, nombre cambiado para evitar represalias. El hombre, que sufre una discapacidad física y carece de una vivienda, recorre cada día las calles matanceras para obtener algunas dádivas que le permitan sobrevivir. Su figura renqueante se había vuelto parte del paisaje de la ciudad pero desde hace algunas semanas, el hombre prefiere mantenerse poco tiempo en un mismo lugar y ante la primera señal de que se acerca la policía, trata de esconderse.
"Tengo que pedir ayuda. De lo contrario me muero de hambre", cuenta a 14ymedio. "Las piernas me responden poco y ya casi no puedo ni caminar", añade mientras se apoya en un improvisado bastón. Nada más que salen los primeros rayos del sol, Manuel comienza su búsqueda de alguna donación, ya sea en dinero o comida. Con anterioridad, sus jornadas eran más calmadas pero con los nuevos controles está obligado a moverse mucho más.
"Antes me sentaba tranquilo en cualquier lugar de la calle Medio, pero ahora no me puedo quedar ahí porque sino me trancan", explica en alusión a la reclusión de las personas sin hogar en centros de atención donde reciben alimentos, la posibilidad de un baño y cuidados médicos. Unos beneficios que, sin embargo, no son muy apreciados por los receptores. "Eso es como una cárcel, como estar preso", reflexiona Manuel.
"Son reacios a vivir en estos sitios, entre otras razones porque están obligados a convivir con extraños, la mayoría con problemas mentales o de conducta. Además, tienen que ajustarse a unas normas estrictas, cuando no están preparados para ello. Por eso acaban prefiriendo la calle", comentó recientemente a 14ymedio una trabajadora social.
"Hay gente que sigue pidiendo dinero frente a la Catedral o el banco, pero yo ya no me atrevo porque en esas zonas hay operativos frecuentes", explica el matancero. En su caso, la mendicidad es la forma que ha encontrado para completar su exigua pensión por discapacidad. En la noche, duerme donde puede, lo mismo en los bancos de la terminal de ómnibus que tirado en los portales de algún establecimiento público. De vez en cuando se echa un poco de agua encima, como una ducha improvisada pero su máxima prioridad es alimentarse.
"Antes almorzaba en un comedor estatal, pero lo cerraron", explica recordando uno de los locales del Sistema de Atención a la Familia (SAF) en la ciudad que la crisis económica hizo zozobrar. Con esfuerzo, Manuel logra atravesar el puente de la Calzada de Tirry llevando una bolsa con sus escasas pertenencias: una muda de ropa. "La gente se ha vuelto dura, y ya no da como antes", opina, mientras camina con mucha dificultad cerca de una piquera de bicitaxis.
En el camino hacia un nuevo lugar donde sentarse un rato, sacar la imagen de San Lázaro que lleva en la jaba y extender la mano para pedir dinero, Manuel divisa un par de policías. Detiene el paso, da la vuelta y se aleja. Si a algo le teme más que a una noche fría o a un día sin comida es a los uniformados. Sabe que si lo atrapan terminará en uno de esos centros de atención que, para él, son como "cárceles sin barrotes, pero cárceles al fin".