La decadencia de Cuba: donde Rolex hubo, toallas quedan

La antigua joyería Casa Riviera pasa a ser una 'mipyme' que vende artículos para el hogar

Si antes los clientes podían acceder a la Casa Riviera, con su mezcla de estilo neoclásico y barroco y sus empleados de traje y corbata, ahora se vende en la puerta y con apuro. (14ymedio)
Si antes los clientes podían acceder a la Casa Riviera, con su mezcla de estilo neoclásico y barroco y sus empleados de traje y corbata, ahora se vende en la puerta y con apuro. (14ymedio)
Natalia López Moya

05 de octubre 2023 - 20:51

La Habana/Una mujer lleva en la mano un abultado fajo de billetes. Ni se molesta en proteger los miles de pesos cubanos porque, lo que una vez fue una suma elevada de dinero, hoy apenas se convierte en unas pocas compras. Pegadas a la peculiar fachada, una decena de personas hacían la cola este jueves para la antigua Casa Riviera, una tienda exclusiva en el número 456 de la calle Galiano en Centro Habana, que antaño vendió relojes Rolex y alhajas, pero que ahora ha sido rentada a una pequeña empresa privada que oferta sábanas, frazadas para limpiar el piso y toallas.

Desde unos metros antes de llegar al comercio, se distinguen las señales de su antigua clase. La imponente reja de entrada, las pequeñas vidrieras decoradas con un marco florido donde se exhibían las caras joyas. Las columnas de piedra rugosa soportan el portal que tuvo un hermoso suelo de granito y hoy muestra unas impersonales losas modernas, de mala calidad y llenas de huecos.

"Yo voy detrás del hombre de la camisa azul", reclamaba una anciana que asegura haberle "cogido el ritmo" a la mipyme. "Venden un poco más barato que en otras partes, así que mucha gente viene aquí a comprar por cantidades y a llevarse para revender", explica a 14ymedio. Después de años cerrada por problemas con las tuberías de aguas albañales y la falta de suministro, la antigua Riviera pasó, hace algunas semanas, a ser gestionada por particulares.

Si antes los clientes podían acceder al inmueble, con su mezcla de estilo neoclásico y barroco, y sus empleados de traje y corbata, ahora se vende en la puerta y con apuro

Una sábana con dos fundas, con un alto porcentaje de poliéster y a 1.300 pesos, se exhibe en el mostrador de la entrada. Si antes los clientes podían acceder al inmueble, con su mezcla de estilo neoclásico y barroco, y sus empleados de traje y corbata, ahora se vende en la puerta y con apuro. "Vamos, ¿a quién le toca?", trataba de acelerar la fila la vendedora, algo abrumada por las preguntas de los que se amontonaban sobre el mostrador. A su espalda, todavía era visible el interior de la mítica relojería y joyería, con sus mármoles claros, sus capiteles rebuscados y una estrecha escalera que al final de la planta baja daba paso al majestuoso mezanine.

"¡Dame diez toallas!", gritaba una clienta y su voz resonaba en las paredes del comercio que en sus inicios operó bajo la firma de Abislaimán e Hijos, el distribuidor exclusivo en Cuba de los relojes Rolex. "¡No se aglomeren, que así no puedo ni respirar!", reclamaba la empleada cuando la fila se descontrolaba y se le iba encima. La mayoría de los que hacían la cola era gente humilde, que está dispuesta a madrugar para sacarle unos pesos de diferencia a la reventa de mercancía.

La Casa Riviera no fue el único negocio de la familia de Julio Abislaimán Fade. Su hija Alicia y su esposo Manuel Hernández gestionaron la también exclusiva joyería Chantilly en un céntrico local de la habanera calle San Rafael. Cuando comenzaron las confiscaciones tras la llegada al poder de Fidel Castro, el clan de empresarios hizo las maletas y se fue a Puerto Rico. Allí inscribieron la empresa Chantilly Joyeros y, aunque buena parte de los descendientes de aquellos emigrados cubanos se trasladaron a Estados Unidos, todavía en la Isla del Encanto siguen operando la firma Abislaimán Joyas, sobrina de la Casa Riviera de La Habana.

"Si no se organizan habrá que parar la venta", gritó este jueves una ansiosa vendedora incapaz de controlar el desorden de los clientes. A su lado, escoltándola desde su mutismo, dos de las vidrieras de cristal blindado y marco de bronce, que hace más de medio siglo mostraban los relucientes Rolex, esta mañana tenían una oxidada percha para colgar fundas y trapos de cocina.

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