"Esto sí es una guagua"

Un ómnibus eléctrico recorre las calles habaneras ante los atónitos ojos de unos ciudadanos más preocupados por su modernidad que por el medio ambiente

Interior guagua. (14ymedio)
Los pasajeros disfrutaban de la climatización y los asientos de un autobús concebido para minimizar daños al medioambiente . (14ymedio)
Marcelo Hernández

29 de noviembre 2017 - 14:55

La Habana/Pasan las fachadas, un trozo de cielo azul, árboles y algunos estanquillos de periódico. A través de la ventanilla del único ómnibus totalmente eléctrico que recorre La Habana, la ciudad parece diferente. "Esto es el futuro", asegura el conductor a los pasajeros del vehículo que cubre la ruta 18 entre la terminal de Palatino y la Avenida del Puerto.

Este martes, subir a la reluciente guagua era mucho más que un viaje. La moderna tecnología del fabricante Yutong dota al vehículo de una autonomía de hasta 300 km. Aunque su precio habitual debería ser 0,40 CUP, ayer nadie devolvía dinero a quienes pagaron con 1 CUP.

El equipo, con cristales oscuros que atenúan la acción de la luz solar y asientos ligeramente acolchados, fue blanco de bromas y especulaciones durante la jornada.

En la primera parada, cerca de la Vía Blanca, los jóvenes de un preuniversitario cercano se aglomeraron para entrar en grupo por sus anchas puertas. El ómnibus E12 es ecológico con Zero Emission, se mueve a una velocidad máxima de 69 kilómetros por hora y posee neumáticos Michelín sin cámara interna.

En un país donde la mayor parte del año los termómetros superan los 25 grados, no es poca cosa poder desplazarse por la ciudad sin sudar la gota gorda en un caluroso transporte público

Pero nada de esto parecía importar demasiado a los muchachos. Sus expresiones tras sentarse no estaban dedicadas a las baterías ni al hecho de que el ómnibus no consuma combustible fósil, sino al eficiente aire acondicionado que mantiene el interior fresco.

En un país donde la mayor parte del año los termómetros superan los 25 grados, no es poca cosa poder desplazarse por la ciudad sin sudar la gota gorda en un caluroso transporte público. La falta de aglomeración en los pasillos y el hecho de que en las paredes del vehículo todavía nadie haya grabado frases al estilo de "Claudia ama a Maikel" también causa extrañeza.

"Pronto verán a un cuentapropista alquilando abrigos", dice una joven con ironía. A su lado, con el uniforme azul del preuniversitario, un colega se muestra escéptico: "Esto no va a durar mucho". La mayor parte de las frases que cruzan los pasajeros entre los asientos van destinadas a lamentar por anticipado el deterioro que, irremediablemente, sufrirá el vehículo.

La sospecha de que la limpieza, la climatización y el confort no podrán resistir al paso del tiempo ante la desidia y el descontrol que reina en la Isla se adueña de las conversaciones. "Aquí todo empieza bien y termina mal", sentencia una anciana que pellizca el recubrimiento de los asientos para ver de qué está hecho.

"Dicen que tiene cámaras y sensores en la puerta de atrás", advierte un señor de gafas oscuras. "Eso es para que nadie se vaya sin pagar", le responde la joven que viaja a su lado. "Y el asiento es inteligente", agrega él, "eso significa que te sientas y te cuida, te pasa la mano y otras cosas más...", dice con mirada pícara.

Una mujer sube con una ristra de cebollas que acaba de conseguir después de "caminar por toda La Habana". Del atado se van desprendiendo finas capas que caen al suelo impoluto. "Compañera, tenga cuidado que ya empezó a ensuciar", le regaña el vecino de fila que aprovecha para preguntarle dónde compró las cebollas, porque "están perdidas".

El auxiliar del conductor, además de cobrar el pasaje, exige que nadie puede viajar de pie y recorre el ómnibus de un lado a otro con mirada policial

El auxiliar del conductor, además de cobrar el pasaje, exige que nadie puede viajar de pie y recorre el ómnibus de un lado a otro con mirada policial. En mitad del viaje una señora sube con una niña de diez años y se molesta porque no puede quedarse parada al lado de su hija. "¿Usted va a cuidarla de los depravados que se quieran aprovechar?", le espeta al empleado, que insiste en que no puede mantenerse en el pasillo.

La primera discusión del día comienza con ese incidente que implica a una decena de parroquianos todos dispuestos a explicar los peligros de que una menor viaje sola y "la cuadratura del círculo", según un joven, que tratan de buscar las regulaciones burocráticas. "Aquí o no llegan o se pasan, ahora está prohibido viajar de pie", se burla.

Un señor de avanzada edad, con ropas gastadas, no aguanta ni tres minutos en el interior del vehículo. "Déjame bajarme que hay mucho frío", le grita al chofer para que le abra la puerta. "Vayan acostumbrándose, que este será el transporte público del 2020", alcanza a decirle antes de que se vaya un hombre que porta una bocina inalámbrica desde la que emana un explícito reguetón.

La guagua recorre sin incidentes la Calzada del Cerro. Cuando todos los asientos van ocupados ni siquiera se detiene en las paradas atestadas a esas horas de la mañana. Al pasar, la gente en la calle abre los ojos, señala y comenta ante su brillante carrocería. "Esa, esa es la que pusieron en el televisor", alcanza a escucharse cuando se abre la puerta.

Un par de turistas sacan una foto ante la insistencia del guía alternativo que "les vende" la maravilla de poder avistar el primer ómnibus de ese tipo en toda Cuba. "Esto no lo van a ver en más ningún lugar de este país, es novedad pura", enfatiza.

Un par de turistas sacan una foto ante la insistencia del guía alternativo que "les vende" la maravilla de poder avistar el primer ómnibus de ese tipo en toda Cuba

El vehículo tiene unos 12 metros de largo, 2,5 de ancho y 3,2 de altura, con 35 asientos, cinco de ellos para personas con discapacidades, y un pasillo más amplio que permite 70 pasajeros de pie, pese a la prohibición de ayer.

A la altura de la calle Infanta una joven madre aborda con su hijo de unos siete años, cargada de paquetes. "Mami, esta guagua es nueva", exclama emocionado el niño. "Esto sí es una guagua", repite mientras pasa la mano por los tubos y el borde de los asientos.

La euforia se pinta en su pequeño rostro, hasta que un señor que viaja dos puestos más adelante le grita: "Te cambio la guagua por tu madre". Una carcajada colectiva llena el interior del reluciente ómnibus ante la torva mirada del conductor. "No, porque la madre es mía y esta guagua no es tuya", le responde el niño, que salpica la frase con una palabrota que se queda flotando en el aire.

Al llegar al final del recorrido, otra fila aguarda en la Avenida del Puerto para hacer el viaje de regreso. Nuevas ocurrencias brotan en la medida que los pasajeros van subiendo. Nadie comenta los beneficios de este transporte al medio ambiente ni el ahorro de combustible. El primero en montar rompe con un chiste: "¿Cuánto tengo que pagar por la electricidad?".

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