Sin intención de frenar el desplome de las editoriales, Díaz-Canel alaba a México por repartir libros en Cuba

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El proyecto ‘25 para el 25’ acumula críticas por exclusiones, desequilibrio de género y sesgo ideológico

Díaz-Canel presentó el proyecto como un “puente de papel y tinta”, dos materiales cada vez más escasos en las editoriales cubanas.
Díaz-Canel presentó el proyecto como un “puente de papel y tinta”, dos materiales cada vez más escasos en las editoriales cubanas. / Presidencia
14ymedio

18 de diciembre 2025 - 07:15

La Habana/La Habana volvió a vestirse de solemnidad cultural este miércoles para celebrar un gesto que, más allá del papel y la tinta, tuvo una clara carga política. Desde el Capitolio Nacional, Miguel Díaz-Canel dio inicio en Cuba al proyecto mexicano 25 para el 25, una iniciativa de la presidenta Claudia Sheinbaum que prevé la distribución gratuita de 2,5 millones de libros a jóvenes de entre 15 y 30 años en catorce países de América Latina, incluida la Isla.

Mientras en Ciudad de México se abría la primera caja de libros, en La Habana el acto fue moderado por Abel Prieto Jiménez, presidente de la Casa de las Américas y uno de los rostros más reconocibles de la política cultural oficial. Fiel a su estilo, Prieto convirtió el lanzamiento editorial en tribuna geopolítica: celebró que Cuba y México “repartan libros” mientras “otros reparten bombas”, y aprovechó para arremeter contra Estados Unidos y la militarización del Caribe.

El embajador mexicano, Miguel Díaz Reynoso, calificó la colección 25 para el 25 como un “modesto regalo” para un “pueblo educado en la lectura” y subrayó que se trata de una apuesta por la memoria cultural latinoamericana. La selección incluye nombres de peso como Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Juan Gelman, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Andrés Caicedo, Roberto Fernández Retamar, entre otros.

Sin embargo, pese a que el propio Paco Ignacio Taibo II, director del Fondo de Cultura Económica, ha defendido que la llamada generación del Boom fue el eje conceptual del proyecto, resulta difícil explicar la exclusión de nombres imprescindibles como Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura y figura central de ese movimiento. En el caso cubano, la omisión es aún más reveladora, ya que no figuran autores de primer nivel como Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante o Reinaldo Arenas, ausencias que no solo empobrecen la panorámica literaria de la región, sino que refuerzan la percepción de un canon cuidadosamente filtrado por afinidades ideológicas más que por criterios estrictamente literarios.

Las cifras oficiales revelan un descenso dramático en la producción de libros impresos, dejando claro que la lectura no es una prioridad para el Gobierno

Por otra parte, la selección de títulos dentro del propio catálogo tampoco resiste un examen exigente. De Gabriel García Márquez, por ejemplo, se optó por Operación Carlota, un texto menor y marcadamente circunstancial, en lugar de alguna de sus obras narrativas fundamentales; mientras que de Eduardo Galeano se incluyó La maravillosa vida breve de Ernesto Guevara, reforzando una línea temática previsible y militante.

El plato fuerte de la celebración cubana llegó con el extenso discurso de Díaz-Canel, donde el mandatario agradeció a México, a Sheinbaum y, de manera especial, a Taibo II. El mandatario cubano defendió el libro impreso frente a la cultura digital, evocó la Campaña de Alfabetización de 1961, la Imprenta Nacional y, por supuesto, a Fidel Castro, recordando su célebre consigna: “No le decimos al pueblo: ¡cree! Le decimos: ¡lee!”.

La crisis económica que atraviesa Cuba se ha extendido también al ámbito editorial, donde las cifras oficiales revelan un descenso dramático en la producción de libros impresos, dejando claro que la lectura no es una prioridad para el Gobierno. Según datos del Anuario Estadístico de Cuba 2024, compilado por la Oficina Nacional de Estadística e Información (Onei), la impresión de ejemplares cayó con fuerza en el último ciclo reportado. Mientras en 2023 se imprimieron alrededor de seis millones de ejemplares de libros, en 2024 esa cifra se desplomó a 1.355.500, un descenso de más del 75% en apenas un año, reflejo no solo de la escasez de papel sino de la falta generalizada de recursos materiales y financieros que afecta a editoriales, imprentas y bibliotecas estatales. 

Díaz-Canel presentó el proyecto como un “puente de papel y tinta” destinado a disputar el tiempo juvenil a las redes sociales, los videojuegos y lo que pronunció como “productos odio-visuales” (quiso decir: audiovisuales). El mandatario aseguró que la gratuidad de los libros elimina una de las principales barreras de acceso a la lectura en los países más pobres de la región. Para Cuba, asfixiada por el colapso de la industria editorial y bibliotecas cada vez más vacías, la llegada de miles de ejemplares gratuitos resulta, sin duda, un buen parche.

Una parte de la Generación Z mexicana ha expresado desafección y críticas hacia una agenda gubernamental que percibe distante de sus urgencias reales

Sin embargo, el entusiasmo oficial contrasta con las críticas que el proyecto ha generado en México, un aspecto ausente en la narrativa celebratoria del acto habanero. Intelectuales, escritoras y sectores de la sociedad civil han cuestionado la escasa presencia de mujeres en la selección de títulos, así como el predominio de autores ya consagrados, muchos de ellos fallecidos, lo que –según los críticos– reproduce un canon masculino y deja fuera voces contemporáneas.

También se ha debatido el papel de figuras polémicas en la promoción del proyecto, en particular Taibo II, cuya presencia vuelve a encender discusiones sobre el uso político de la cultura y la identificación entre literatura y militancia ideológica. A ello se suma la duda sobre si la distribución masiva de libros, sin programas sólidos de acompañamiento educativo, puede realmente modificar los hábitos de lectura de los jóvenes.

Otro flanco de cuestionamiento en México apunta a las prioridades del gasto público. En un contexto marcado por la violencia, la precariedad educativa y los déficits en salud y empleo, sectores opositores se preguntan si un programa cultural de alto perfil no funciona también como operación simbólica, más que como política pública integral, especialmente cuando parte de la Generación Z –a la que formalmente va dirigido– ha expresado desafección y críticas hacia una agenda gubernamental que percibe distante de sus urgencias reales, desde el acceso a empleo digno y vivienda hasta la seguridad y la participación efectiva en la toma de decisiones.

Nada de eso asomó en el Capitolio. Allí, el proyecto fue presentado como un acto de justicia histórica hacia Cuba y como continuidad natural de la alianza política entre La Habana y el Gobierno mexicano. Díaz-Canel insistió en que los libros no deben quedarse en vitrinas, sino circular, discutirse y “gastarse”, aunque evitó cualquier referencia a las restricciones internas que pesan sobre la libertad de pensamiento, el acceso a internet o la circulación de ideas que no encajan en el discurso oficial.

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