El intermediario, un mal necesario

Algunos tienen los camiones con productos escondidos entre los matorrales por temor a la confiscación de la mercancía, pero con la esperanza de que abran el lugar debido a las presiones.
Naves vacías en El Trigal. (14ymedio)
Orlando Palma

18 de diciembre 2014 - 07:30

La Habana/Los parlamentarios han puesto a los intermediarios en el banquillo de los acusados ante el encarecimiento de los productos agrícolas, sobre todo las viandas, hortalizas, frutas y granos.

En los debates previos al 4º periodo ordinario de sesiones de la 8ª Legislatura, la comisión agroalimentaria del Parlamento, reunida en el Palacio de las Convenciones, apostó por un "mayor control en la comercialización". Los diputados llegaron a esta conclusión después de analizar los resultados del experimento de comercialización de productos agropecuarios en La Habana, Artemisa y Mayabeque, que han quedado muy debajo de lo previsto.

El experimento consistió en liberar la comercialización para que los agricultores pudieran vender directamente en los mercados. Se permitió la existencia de puntos de venta a precios de oferta y demanda y se eliminaron algunas trabas entre productores y consumidores. Muchas de esas medidas iban encaminadas a eliminar la figura del intermediario, vista con especial encono tanto por los funcionarios como por parte de la población.

Sin embargo, el intento no acabó con el intermediario y tampoco hizo bajar los precios, según relató el propio diario Granma en noviembre pasado.

A un año de su inauguración con bombo y platillo, el primer mercado mayorista de abastos en Cuba, El Trigal, no cuenta con un variado surtido de productos ni estos son más baratos que en otros mercados de la ciudad de La Habana.

En su intervención, el diputado de Sancti Spíritus, Israel Pérez, explicó la necesidad urgente de "regular los precios de los productos" y reconoció con molestia que hoy la mayor ganancia la tienen los intermediarios, no el productor. Su reclamo es compartido por muchos campesinos, pero otros no ven en el comerciante la mayor fuente de problemas.

"Cuando yo recojo la malanga tengo que sacarla cuanto antes para la venta, porque si no se echa a perder y es el intermediario el que garantiza que no se me convierta en merma", cuenta Mauricio, un agricultor de la zona de Güira de Melena, en la provincia de Artemisa.

A cientos de kilómetros de allí, en los alrededores de Remedios, varias familias campesinas enfrentan similares problemas. Juan Carlos García cosecha frijoles y arroz, pero considera que los altos precios están determinados por razones que van más allá de la cadena entre el campo y la tarima.

“Hay muchos productos que ni siquiera siembro porque no tengo las condiciones de riego para mantenerlos”

"Hay muchos productos que ni siquiera siembro porque no tengo las condiciones de riego para mantenerlos". Una turbina para bombear el agua hacia sus plantaciones le costaría más de 5.000 pesos convertibles. "Yo nunca he visto esa cantidad de dinero frente a mis ojos", refiere.

El hijo de García ha decidido trabajar como intermediario, esa figura comercial que por estos días es vilipendiada en la Asamblea Nacional. "La culpa no es mía, es que la demanda ha aumentado y la gente está dispuesta a pagar más por lo mismo", afirma con pragmatismo.

El joven estudió en un tecnológico de contabilidad y ahora lleva la calculadora consigo a todas partes. "Compro al por mayor y después revendo en Santa Clara y otros pueblos de la zona", explica. Sus clientes principales son restaurantes privados, casas que alquilan a turistas y algunos mercados. Cuenta que los precios de las frutas han subido entre un 10% y un 15% en lo que va de año. "Ni hablar de los frijoles, que prácticamente se han duplicado", asegura.

Los consumidores se llevan las manos a la cabeza y muchos comparten las críticas hacia los intermediarios, pero también saben lo que ocurre cuando se saca del ruedo esa figura. "Pasa lo que pasó con el mercado de la calle Tulipán que reabrieron hace algunos días y ahora apenas tiene productos y de muy mala calidad", cuenta Azucena, una vecina del barrio de Kohly, que compraba con frecuencia en el llamado popularmente "agro de los ricos".

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