La lanchita de Regla vuelve a surcar la bahía de La Habana sin rastros de renovación

El mal estado del muelle y de la embarcación no ha cambiado, a pesar de la promesa de las autoridades

Varias personas abordan la lanchita de Regla en el muelle de La Habana Vieja, el 22 de julio de 2023. (14ymedio)
Varias personas abordan la lanchita de Regla en el muelle de La Habana Vieja, el 22 de julio de 2023. (14ymedio)
Juan Diego Rodríguez

22 de julio 2023 - 20:24

La Habana/La embarcación que conecta el muelle de La Habana Vieja con el poblado de Regla volvió a navegar este sábado, tras varias semanas fuera de servicio, supuestamente por mantenimiento. Aunque las autoridades no habían previsto la reanudación de los viajes a través de la bahía antes de agosto, la lanchita retorna sin que se note demasiado su reparación.

A inicios de julio, cuando este diario visitó el puerto habanero para comprobar el estado del embarcadero a Regla, el mal estado de las instalaciones era evidente y la entrada al embarcadero había sido transformada en un puesto de venta de granizado.

Este sábado, ni la lancha ni el muelle parecían haber gozado de la más mínima reparación. Quienes avanzaron por la pasarela de cemento tras pasar por los siempre molestos controles hallaron el mismo barco, con las mataduras de siempre y la pintura descascarada en la que destacaba, sobre los tradicionales blancos y azules del casco, un letrero de homenaje al "4to Congreso" del Partido Comunista, realizado en el lejano año 1990.

La persona que vende los boletos ya encontró un método para ganar algún dinero extra. Entre sonrisas y disimulo, se queda con el vuelto del costo del pasaje cada vez que hay oportunidad. Mientras, una uniformada registra bolsos y carteras, sin la más mínima gentileza. Antes de abordar, el pasajero escucha la voz potente de Marco Antonio Solís, que remacha desde un radio afónico que "el ritmo de la vida" le parece mal.

En el interior de la lancha nadie habla mucho. Algunos soportan mejor el viaje enchufados, audífonos mediante, a sus celulares, mientras otros miran la bahía a través de las ventanas, enrejadas con un estilo que se asemeja bastante al de una cárcel.

Para sostenerse ante el vaivén de la embarcación hay que aferrarse a unos tubos que nadie se molestó en limpiar antes de restaurar el servicio. Basta tocarlos para que la mugre se quede entre los dedos del pasajero.

Acodados sobre una de las ventanas, dos policías engullen puñado a puñado una bolsa de rositas de maíz. Aunque el gesto los humaniza de algún modo, la gente intenta evitarlos, quizás porque tienen muy a mano la tonfa y la pistola reglamentaria.

En Regla espera el mismo puente oxidado y precario, por el que da miedo caminar y más como parte de un grupo apurado. Detrás, ya sin el estorbo de las bolsas de maíz, vienen despacio los policías.

La bahía de La Habana ha dejado de ser, hace mucho tiempo, el entorno apacible que muestran los viejos grabados de la ciudad. Su agua es oscura y estancada, los muelles de pasajeros están al borde del colapso y el horizonte está dominado por una gran humareda. La contaminación generada por las chimeneas de la central flotante turca ya es –lo saben bien los habaneros– parte del paisaje.

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