En liquidación el oro de los pobres

Vendedores de piezas de acero quirúrgico en La Cuevita. (14ymedio)
Vendedores de piezas de acero quirúrgico en La Cuevita. (14ymedio)
Marcelo Hernández

08 de diciembre 2016 - 13:13

La Habana/Casi todas las prohibiciones que se implantan en Cuba comienzan por un rumor. Ahora le ha tocado el turno al acero quirúrgico, pero no al que se usa en el instrumental de los salones de operaciones, sino el que se transmuta en joyas con apariencia de oro o plata. La primera consecuencia ha sido la brusca caída de los precios, la segunda, que previsiblemente llegará, será el paso a la clandestinidad.

Desde principios de 2015 se comenzó a registrar en la Isla un auge inusitado de piezas de joyería de aspecto dorado. Anillos, cadenas, pendientes, gargantillas y otros símbolos de estatus aparecieron de forma gradual en diferentes ambientes sociales. De forma paralela, se incrementaron en las calles los arrebatos de esos artículos por parte de los malhechores. Sin embargo, para frustración de los perpetradores y sorpresa de la policía, no se trataba de oro, sino de acero quirúrgico, una material utilizado para la joyería industrial que se ha convertido en una moda en diversos países, en especial de América Latina.

En el populoso barrio habanero de San Miguel del Padrón, allí donde termina una de las más populares rutas de almendrones, se extiende la feria comercial La Cuevita. Es el sitio donde más se comercializan estas prendas. En el lugar predomina el rutilante dorado de las cadenas, algunas tan finas que se vuelven casi invisibles, otras tan gruesas que cuesta trabajo creer que alguien pueda llevarlas colgadas al cuello sin terminar fatigado.

Roberto, El Águila, proclama su mercancía con elegancia: "Caballero, estas finitas se las dejo en tres por cinco fulitas y las gruesas pueden costarle entre 10 y 12". Las más caras llevan también un crucifijo, una calavera, una máscara maya o un símbolo de masculinidad.

Ante una posible prohibición de venta de joyas de acero quirúrgico, los precios del material caen bruscamente

Las sortijas exhiben piedras que imitan rubíes o esmeraldas; las alianzas matrimoniales se coronan con diamantes artificiales. El hábil vendedor responde con tono de experto cuando se le pregunta si el material no mancha la piel o se destiñe con el tiempo. "Amigo, esto es legítimo acero quirúrgico, aquí no hay truco. Si deja de verse dorado, regrese y le devuelvo su dinero", asegura.

Ningún comerciante de La Cuevita se siente cómodo cuando alguien trata de averiguar la procedencia de sus alhajas. Si algún cliente tiene dudas sobre la calidad y sospecha una manufactura doméstica en algún lugar de la Isla, el vendedor aclara: "No, esto no lo hacen los artesanos de por aquí. Esto es algo importado, viene de México, Ecuador o Panamá".

Con las estrictas regulaciones aduanales que entraron en vigor en 2014, las limitaciones para importar ropa o calzado se agudizaron, propinando un duro golpe al mercado informal. Sin embargo, estas piezas de joyería son muy pequeñas y fáciles de importar. "Con cien de estas cadenas medianas o grandes que venda, me pago el viaje a Panamá y me queda dinero", asegura una vendedora que obtuvo un pasaporte español a través de la Ley de Nietos.

Un joven vestido a la moda acompañado de dos fortachones con aspecto de guardaespaldas se acerca a uno de los kioscos y trata de negociar una compra al por mayor. Su argumento resulta convincente: es seguro que la prohibición de vender piezas con ese material se pondrá en práctica en menos de una semana.

Cerca del joven, una ingenua cliente lanza una pregunta: "¿Y quién lo prohíbe, Salud Pública?", quizás creyendo que el anillo que ha comprado alguna vez fue un bisturí quirúrgico desviado de algún hospital y convertido en joyería barata. Pero no, el vendedor le aclara por "dónde vienen los tiros" esta vez.

"Esta gente no soporta que uno prospere", dice el comerciante con acritud y añade: "Lo mismo hicieron hace tres años con la ropa traída del extranjero". Sin embargo, hasta ahora nadie ha circulado una orden por escrito, solo se han escuchado las advertencias de parte de los inspectores que señalan como fuente de la decisión a "las instancias superiores".

El oro de los pobres, como le llaman algunos, carece de los atractivos del original, pero más artificial que su naturaleza resulta el estatus social que pretende ostentar. Si ahora se abarata en un plan de liquidación ante la prohibición, pronto volverá encarecido tal vez en virtud de los subrepticios caminos que tendrá que recorrer hasta llegar al cliente.

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