La luz es un premio en Cuba y la vida se reduce a esperarla

Opinión

El pueblo agradece la bombilla que vuelve a encender, aunque se apague mañana

El pueblo cubano, atrapado en este ciclo, vive entre la ansiedad y la esperanza.
El cubano, atrapado en este ciclo, vive entre la ansiedad y la esperanza. / 14ymedio
José A. Adrián Torres

07 de septiembre 2025 - 10:16

Málaga/La luz que regresa tras horas de apagón se celebra como un acontecimiento en Cuba. El arribo de un barco con petróleo da pie a rumores y titulares que alivian, aunque solo sea por unos días. Un paquete de pollo congelado en la bodega puede convertirse en la conversación central de un barrio. Y ahora, circula incluso el rumor de una supuesta “Fase 10” –una promesa a diez años vista, más invención o metáfora que plan real–, que funciona como la versión más sofisticada de ese refuerzo diferido: una zanahoria lejana que nunca resuelve el hambre del presente, pero que mantiene al ciudadano atrapado en la espera. Una especie de “fase terminal” de un régimen acabado y sin salidas, disfrazada con el lenguaje de los planes, las etapas y… el eterno: “estamos tomando medidas”.

La lógica es clara: la privación absoluta destruye, pero la intermitencia mantiene la esperanza viva. El poder lo sabe. Lo sabía Skinner cuando demostró que las palomas, al picotear un disco sin saber cuándo recibirían la comida, lo hacían con más insistencia que si el refuerzo fuera previsible. Lo sabe cualquier madre o padre que administra caprichos con cuentagotas para consolidar conductas deseadas. Y lo sabe también un régimen que convierte el día a día en un experimento de psicología conductista: no te doy lo que mereces, pero te ofrezco de vez en cuando una chispa, un respiro, una promesa. Y eso basta para que sigas expectante y dócil, no rebelde.

El pueblo cubano, atrapado en este ciclo, vive entre la ansiedad y la esperanza. Agradece la bombilla que vuelve a encender, aunque se apague mañana. Celebra la libra de arroz, aunque falte la carne. Se aferra al anuncio de un plan económico a diez años, aunque sabe que los planes anteriores nunca se cumplieron.

¿Cuántas veces hay que picotear el disco para conseguir la alegría de encender una lámpara, de comer con normalidad, de vivir sin sobresaltos?

Al final, la pregunta es inevitable: ¿cuántas veces hay que picotear el disco para conseguir la alegría de encender una lámpara, de comer con normalidad, de vivir sin sobresaltos? Yo la siento en lo personal cuando espero la próxima llamada para ver a mis sobrinos “postizos” –de diez y tres años– a quienes quiero como si fueran míos. Cada encuentro con ellos es para mí un regalo. Pero ese regalo no llega siempre cuando yo lo busco. Su madre administra esas visitas como si fueran una concesión inesperada. A veces me avisa a última hora: “Si quieres verlos, ven ahora, que nos vamos”. 

Desde mi formación académica de psicólogo, reconozco el mecanismo: es un programa de refuerzo de contingencia variable. No sé cuántas veces he de aceptar sus reglas, ni cuándo llegará la recompensa de poder estar con los niños. Esa incertidumbre provoca ansiedad, pero también me mantiene expectante, con la esperanza puesta en la próxima llamada.

Algo similar contaba mi madre sobre su infancia en la difícil España de los cuarenta, aquella de la cartilla de racionamiento similar a la “libreta” cubana. En Reyes le regalaban una muñeca, pero tras jugar un rato se la guardaban “para que no se estropeara” hasta el año siguiente. El regalo existía, pero se transformaba en privación. La ilusión se mezclaba con la frustración.

Es lo que siente hoy un país entero, convertido en laboratorio de refuerzo intermitente, donde la vida se reduce a esperar el próximo “premio”, que tan solo es desear vivir con dignidad.

También te puede interesar

Lo último

stats