Monserrate y el Parque Zoológico Watkins reflejan la ruina de los espacios recreativos en Matanzas
Matanzas
“Estamos más cerca del cierre que de la recuperación”, asegura un empleado
Matanzas/Ir a Monserrate era, para muchos niños matanceros, el día perfecto. Hoy, cientos de adultos conservan recuerdos entrañables de aquel parque de atracciones, que era la versión provincial del parque Lenin. Padres, no solo de la ciudad, sino de toda la provincia, llevaban a sus hijos a pasar allí una jornada distinta. Pero todo eso quedó atrás cuando el Estado –dueño y rector absoluto del lugar– lo abandonó a su suerte, hasta el punto de que en varias ocasiones tuvieron que intervenir las fuerzas de rescate y salvamento. La joya de la corona, la noria –o “estrella”–, se averiaba con frecuencia y dejaba a familias suspendidas a más de veinte metros del suelo, con un riesgo evidente para su seguridad.
Cuando todo parecía perdido, una luz pareció encenderse. En 2023, tras varios meses de reparación, el parque reabrió sus puertas. Funcionarios del Partido Comunista y del Gobierno, presentes en la inauguración, aseguraron que Monserrate recuperaría su antiguo esplendor e incluso prometieron una ruta de ómnibus para garantizar el flujo de visitantes. Dos años después, la realidad de esa “revitalización capital” es muy distinta, como cuenta un trabajador y vecino de la zona.
“Estamos más cerca de los tiempos en que el parque estaba cerrado y la hierba superaba los dos metros de altura que de verlo como nos prometieron en el verano de 2023, cuando pensamos que todo iba a mejorar”, dice el encargado de las áreas verdes del lugar. “Yo cumplo con mi salario, como puedes ver, manteniendo el parque limpio. Pero lo importante es que funcionen los aparatos, que haya ofertas gastronómicas. Hoy carecemos de todo eso. Las pocas atracciones que funcionan dependen de la electricidad, así que el parque está en un punto muerto, al menos a mi parecer”.
Al preguntarle si ve alguna salida para que Monserrate vuelva a ser lo que fue, continúa chapeando y responde: “La única forma de que el parque mejore es arrendándolo a un particular. Desgraciadamente, solo ellos pueden velar de manera responsable por una instalación así. De eso se habla constantemente, pero todo queda en cuentos de pasillo. Mientras tanto, aunque el parque abra, los pocos niños que vienen son de los alrededores y no hay mucho que puedan hacer”.
A la idea de reanimación impulsada por el Fondo Cubano de Bienes Culturales, la realidad de un país sin combustible para el transporte y con una crisis eléctrica crónica le pasó factura. Los más perjudicados, una vez más, fueron los niños que debían beneficiarse del proyecto.
A menos de un kilómetro, enclavado en el corazón de La Marina, yace lo que fue el parque de los tubos, otro espacio recreativo infantil que gozó de gran aceptación tras su inauguración en la primera década de los 2000. Su cercanía con el micro-zoológico Watkins lo convertía en parada obligatoria tras la visita. Hoy, sus juegos han sido sustraídos. El plástico que predominaba en ellos fue transformado –como dicen los vecinos– en cubos y palitos de tender ropa. Con cada pieza desaparecida, también se redujo la presencia de niños, sobre todo los de la zona, una de las más humildes y desfavorecidas de la ciudad.
Poco puede añadirse al panorama desolador de los centros recreativos infantiles en Matanzas. Apenas escapa a la ruina total el mencionado parque Watkins, aunque la salud de sus animales es otro motivo de preocupación. El deterioro de estos espacios no se limita a sus terrenos, sino que obliga a que los menores jueguen en la calle, fomenta la acumulación de basura y la proliferación de vectores cuando el Estado deja de financiar su mantenimiento. A los matanceros solo les queda mirar con impotencia y repetir, como en la canción ¿Dónde jugarán los niños?, una pregunta que sigue sin respuesta.