Muelle a muelle, los colchoneros hacen milagros en Santiago de Cuba

Oficios

La pérdida de enseres provocada por los huracanes dispara la demanda en el oriente del país

El colchón no es un mueble cualquiera: es donde se duerme, se enferma, se pasa la convalecencia del chikunguña y se envejece.
El colchón no es un mueble cualquiera: es donde se duerme, se enferma, se pasa la convalecencia del chikunguña y se envejece. / 14ymedio
Dayamí Rojas

27 de diciembre 2025 - 13:06

Santiago de Cuba/En Santiago de Cuba, el oficio de colchonero ha sobrevivido a apagones, huracanes, dolarizaciones y promesas incumplidas. No tiene un cartel luminoso y apenas cuenta con presencia en las redes sociales, pero se sostiene en el boca a boca, en la urgencia de dormir sin dolor y en la imposibilidad, para la mayoría, de comprar un colchón nuevo. Aquí, donde el calor se pega al cuerpo incluso de madrugada y las lluvias se cuelan por techos agujereados, el colchón no es un lujo: es una batalla diaria.

En muchos hogares santiagueros todavía se duerme sobre colchones que tienen más historia que comodidad. Algunos llegaron a la casa con la boda de los abuelos, otros fueron heredados, remendados, volteados mil veces. Durante décadas, en los años 70, 80 y buena parte de los 90, comprar un colchón nuevo era casi una excepción. El mercado racionado lo reservaba para los matrimonios y aun así no siempre había disponibilidad. La llegada del dólar en los 90 abrió una grieta: volvieron a aparecer colchones en las tiendas, pero a precios inaccesibles para la mayoría. Hoy, para comprar uno nuevo hay que tener divisas o familiares en el extranjero. Para el resto, la solución sigue siendo la misma: llamar a un colchonero.

Omar lleva 32 años en ese oficio. Es colchonero particular y no lo dice con orgullo épico, sino con la serenidad de quien sabe que su trabajo es necesario. "Esto no es para hacerse rico", aclara de entrada. "Apenas alcanza para la comida mía, de mi esposa y de mis tres hijos". Su jornada empieza a las cinco de la mañana. Café rápido, herramientas en mano y a trabajar. Si la corriente lo permite, puede ser de noche cerrada cuando termine. La sala de su casa es un taller permanente: guata amontonada, alambres, colchones destripados, telas para forros y sus manos ágiles moviendo alicates, pinzas y agujas con una destreza aprendida a fuerza de repetición.

"Mucha de las casas que rentan a turistas en Santiago se han hecho sus colchones conmigo"
"Mucha de las casas que rentan a turistas en Santiago se han hecho sus colchones conmigo" / 14ymedio

Un colchón nuevo hecho por Omar cuesta hoy alrededor de 30.000 pesos. Reparar uno deteriorado puede salir entre 18.000 y 20.000, dependiendo de cuánto esté vencido, de cuántos muelles haya que cambiar y del estado de la guata. No es barato, pero sigue siendo más accesible que comprar uno en divisas que puede superar los 300 dólares. "Mucha de las casas que rentan a turistas en Santiago se han hecho sus colchones conmigo", dice, consciente de que el arrendamiento privado empuja la demanda.

Los huracanes han convertido este oficio en una necesidad cíclica. Cada vez que llueve fuerte o pasa un ciclón, los colchones figuran entre las primeras pérdidas. El huracán Melissa, que golpeó el oriente del país, dejó a su paso viviendas inundadas y colchones empapados e inutilizables. "Después de un ciclón, el teléfono no deja de sonar", cuenta Omar. Mojados, deformados, llenos de humedad y moho, para muchos damnificados solo queda ponerlos al sol a ver si recuperan algo de su interior. Dormir sobre ellos es una tortura, pero reemplazarlos no está al alcance de todos.

Los problemas del oficio empiezan mucho antes de tener un cliente, reconoce Omar. Conseguir materia prima es una odisea: muelles, guata, alambre, telas. Todo aparece muy caro, a cuentagotas o gracias a contactos en el mercado informal. A eso se suma el transporte. Mover un colchón por la ciudad, cargarlo en un camión se ha vuelto un desafío ahora que el combustible escasea. "Hay trabajos que no puedo coger porque no tengo cómo llegar", reconoce.

Aun así, Omar ofrece hasta dos años de garantía. No todos lo hacen. El sector está plagado, advierte, de informales y estafadores. "Lo más difícil, además de conseguir la materia prima, es mantener la reputación". En Santiago circulan historias de arreglos que duran apenas semanas, de colchones que por fuera parecen nuevos y por dentro son una trampa.

Al abrirlo, descubrieron la estafa: la guata original había sido sustituida por sacos de polietileno, de los que se usan para el arroz

Moraima es una de esas historias. Su colchón lo compró cuando se casó, en los años 60. "Era de buena calidad y lo habíamos cuidado bastante", cuenta. Los problemas eran claros: algunos muelles salidos y los bordes hundidos. Un día escuchó desde la cocina a tres hombres que pasaban por la calle gritando que reparaban colchones. Ella había ahorrado "un dinerito" porque dormir ya se estaba volviendo difícil. Los colchoneros montaron el tinglado en el patio, desarmaron el colchón y la guata parecía en buen estado. Moraima tuvo que salir a la bodega y dejó al nieto vigilando, pero el muchacho se entretuvo con el móvil. Pagó 15.000 pesos. Por fuera, todo quedó perfecto. Por dentro, no.

"Cuando me acostaba sonaba como si tuviera papel", recuerda. Meses después, el centro del colchón estaba completamente hundido. Tuvo que llamar a otro colchonero. Al abrirlo, descubrieron la estafa: la guata original había sido sustituida por sacos de polietileno, de los que se usan para el arroz. Dormir sobre eso fue, literalmente, una mentira forrada con tela nueva.

Historias como la de Moraima circulan por la ciudad y alimentan la desconfianza. Por eso, colchoneros como Omar viven pendientes de su nombre. Cada trabajo es una prueba. Cada cliente satisfecho, una garantía más efectiva que cualquier papel.

En Santiago de Cuba el buen descanso es casi una forma de resistencia. El colchón no es un mueble cualquiera: es donde se duerme, se enferma, se pasa la convalecencia del chikunguña y se envejece. Entre divisas inaccesibles, huracanes y estafas, los colchoneros siguen cosiendo soluciones imperfectas. No hacen milagros, pero sostienen, muelle a muelle, una de las necesidades más básicas de la vida cotidiana: poder acostarse sin miedo a hundirse o a enterrarse un muelle.

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