Murió Abraham Maciques: el arquitecto de una economía paralela que mantuvo a flote al castrismo
Obituario
No fue un ministro, ni un general, ni un ideólogo. Fue algo más útil: un engranaje de precisión en la maquinaria económica del régimen
Madrid/Ha muerto uno de los hombres más poderosos –y discretamente temidos– del castrismo: Abraham Maciques Maciques, el gran administrador de las sombras. Tenía 95 años, y sobrevivió a casi todas las purgas del castrismo. Falleció este miércoles en La Habana, tras más de seis décadas haciendo malabares con divisas, hoteles, congresos y fugitivos financieros.
Maciques no fue un ministro, ni un general, ni un ideólogo. Fue algo más útil: un engranaje de precisión en la maquinaria económica del régimen. Un burócrata con olfato empresarial que, sin alardes ni proclamas, tejió redes de poder a través de entidades como Cubalse, Cubanacán S.A. y el todopoderoso Grupo Empresarial Palco, desde donde movió hilos tan finos como millonarios.
Nació en 1930, en Matanzas, en una familia de origen judío. A finales de los 50, era apenas subdelegado de Turismo en su provincia, cuando cruzó caminos con un joven barbudo que prometía redimir a Cuba fusilando a diestra y siniestra. La química fue instantánea. Fidel Castro lo mandó a la Ciénaga de Zapata a resolver un asunto menor con carboneros, y allí lo sorprendió la invasión de Bahía de Cochinos. El susto devino confianza, y el vínculo con Fidel y con Celia Sánchez se blindó.
Un burócrata con olfato empresarial que, sin alardes ni proclamas, tejió redes de poder a través de entidades como Cubalse, Cubanacán S.A. y el todopoderoso Grupo Empresarial Palco
De ahí en adelante, Maciques pasó a formar parte de ese pequeño círculo que no necesitaba uniforme para ejercer el poder. Presidió Cubalse –una especie de holding de consumo exclusivo para la nomenklatura– , dirigió la construcción del Palacio de Convenciones y terminó como zar de Cubanacán S.A., la punta de lanza del turismo cubano en los años 80.
Fue precisamente en esa época cuando La Habana se convirtió en refugio de uno de los estafadores financieros más célebres del siglo XX: Robert L. Vesco, alias el banquero pirata, prófugo de la justicia estadounidense y fichaje estrella del régimen. “A nosotros no nos importa lo que hizo en Estados Unidos. Nos importa el dinero que tenga”, dijo Fidel, en una frase que debería estar cincelada en mármol en la entrada del Ministerio del Interior.
Vesco aterrizó, se dejó barba para no desentonar, y se hizo llamar Tom Adams, como si con eso borrara su prontuario. Desde Palco, con Maciques como socio silencioso, montaron un tinglado que incluyó a Donald Nixon Jr. –sobrino del ex presidente Richard Nixon– y a José Antonio Fraga Castro –sobrino de Fidel y director de Labiofam– para promocionar una milagrosa vacuna contra el VIH llamada Troxidal. Invirtieron 30 millones de dólares. No curaron nada, pero hicieron historia: el fraude terminó con Vesco condenado en 1996 a 13 años de prisión en Cuba. Maciques, claro, salió ileso. Fidel cuidaba a los suyos, sobre todo si sabían callar.
Maciques manejó durante décadas lo que podría llamarse el elitismo institucionalizado
Desde su trono en Palco, Maciques manejó durante décadas lo que podría llamarse el elitismo institucionalizado: hoteles exclusivos, casas para diplomáticos, restaurantes invisibles para el cubano común, zonas francas, servicios especiales para empresas extranjeras. Palco era una suerte de país dentro del país, una Cuba sin apagones ni colas, reservada para los bien conectados.
El colapso soviético convirtió esas operaciones en oro puro. Mientras el pueblo hacía colas para el pan, Maciques administraba divisas, conexiones internacionales y paquetes de incentivo para delegaciones extranjeras. Su verdadero cargo nunca apareció en la Gaceta Oficial, pero su poder era tangible: quien quisiera mover dinero o montar un negocio gordo, debía pasar por él... o quedarse fuera.
En junio de 2021, cuando el generalato comenzó a sacudirse a los “históricos sin uniforme”, Maciques fue destituido en silencio por el primer ministro Manuel Marrero Cruz. Palco fue parcialmente absorbido por Gaesa, el emporio militar que devora lo que queda de la economía nacional. No hubo escándalo, solo una nota seca y un relevo discreto. Maciques se retiró como vivió: sin aspavientos, pero con la certeza de que su legado contaba con la amistad de Dalia Soto del Valle, la viuda del primero de los Castro.
La muerte de Maciques no cierra un capítulo: cierra una biblioteca
Miguel Díaz-Canel, en su habitual tono necrológico de funcionario sin gracia, lamentó la pérdida y elogió su “colaboración con Fidel y Celia”, como quien recuerda al recepcionista de un hotel. Palco, por su parte, lo despidió con honores, reconociéndolo como “fundador y figura imprescindible”. Nadie dijo lo que realmente fue: el arquitecto de una economía paralela que mantuvo a flote al castrismo cuando todo lo demás se venía abajo.
La muerte de Maciques no cierra un capítulo: cierra una biblioteca. Un hombre que entendió mejor que nadie la alquimia cubana de mezclar ideología con negocio, confidencialidad con privilegio, Revolución con reserva. Sobrevivió a todos: a Celia, a Fidel, a las sanciones, a Vesco, al turismo sexual, a los apagones, a las reformas, a los sobrinísimos y al propio Gaesa.
Su lápida dirá que fue “fundador de Palco”. En realidad, fue algo más: el mayordomo del castrismo, pero sin las llaves de la caja fuerte.