Unas horas en el pantano del Registro Civil en Cuba: malas caras, desidia y un rúter fundido

Ante el desorden de las oficinas, de nada vale contar con una cita previa a través de la aplicación Ticket

La fachada de la vieja óptica El Almendares, reconvertida en oficina estatal, con un polvoriento cartel que lleva dibujada una balanza. (14ymedio)
La fachada de la vieja óptica El Almendares, reconvertida en oficina estatal, con un polvoriento cartel que lleva dibujada una balanza. (14ymedio)
Juan Izquierdo

21 de julio 2023 - 23:14

La Habana/Las caras lo dicen todo: hastío, sudor y ganas de irse de allí. Quienes acuden al Registro del Estado Civil de Centro Habana encuentran la fachada de la vieja óptica El Almendares reconvertida en oficina pública, con un polvoriento cartel que lleva dibujada una balanza. El símbolo de la Justicia en un lugar así, del cual se esperan maltratos y sinsabores, no deja de ser irónico.

La reacción de la recepcionista cuando un ciudadano entra en el salón de espera no es buen augurio. Retuerce las manos y pone los ojos en blanco, al punto de que cuesta trabajo aproximarse al buró, interpelar a la funcionara y dar los buenos días. Que la mujer no devuelva el saludo es ya un aviso de que se ha entrado a un recodo de La Habana kafkiana: no hay ley ni orden y, si el cliente quiere resolver su problema, está a merced de ese primer cancerbero.

Se muestra el carné, se ofrecen todo tipo de credenciales y, aun así, la recepcionista duda. "Usted no aparece aquí", asegura mirando un papel, para desconsuelo de quien le pregunta. A pesar de que el solicitante comprende, antes de empezar el pleito, que todo será inútil, intenta esgrimir un reclamo: "Pero es que yo estaba en la lista y me dieron fecha y hora".

Se muestra el carné, se ofrecen todo tipo de credenciales y, aun así, la recepcionista duda: "Usted no aparece aquí"

Nuevas muecas, nuevas explicaciones y cuando ya la secretaria se encuentra al borde del desespero, lanza un suspiro: "Mire, si fuera por mí, honestamente, yo cerraría esta oficina ahora mismo y no atendería a más nadie".

A todos los que asisten al Registro del Estado Civil se les ha asignado un turno a través de la aplicación Ticket y, en teoría, debería haber organización. La realidad, sin embargo, desengaña al instante: los nombres de los recién llegados y los de quienes están anotados no coinciden. Como en un trabalenguas de mal gusto, a los de hoy les tocaba ser atendidos ayer, a los de mañana los verán pasado, y de nada vale enarbolar el recibo.

Otra solicitante se acerca al buró, como animal rumbo al matadero, y la recepcionista lo escanea de arriba a abajo. "Vengo", dice la mujer con un hilo de voz, "a ver si puedo solicitar a distancia un documento". Milagrosamente, logra ser remitida al interior de otra oficina donde le piden, por fin, que indique su solicitud. Sin embargo, la alegría se agua cuando pide la gestión de un documento del –casi remoto por la situación del transporte– municipio de Diez de Octubre.

"Qué mala suerte", suelta la funcionaria, dejando de teclear al instante en su computadora: "El Registro Civil de Diez de Octubre no tiene internet desde hace mucho rato". "¿Y eso por qué?", pregunta ingenuamente la usuaria. "Le cayó un rayo al rúter y se fundió el aparato. Si yo le hago el trámite no va a servir de nada, porque a ellos no les va a llegar. Lo mejor que puede hacer", añade, en tono confidente, "es ir allá con un papel que le voy a dar".

Acto seguido escribe unos garabatos en un trozo de folio y se lo entrega al cliente. Mirados de cerca, no hay quien entienda los jeroglíficos que –promete la funcionaria– le abrirán las puertas del Registro Civil, con internet o sin él. "Entiéndame", agrega, para mitigar el disgusto del cliente, que ya calcula cuánto le costará la expedición a Diez de Octubre, "si hago la gestión aquí va estar lista cuando ellos tengan un nuevo rúter. Y ya usted sabe: esas cosas demoran como si vinieran en barco".

La desidia y la pésima formación de los funcionarios también tiene un precio: errores ortográficos y pifias que le restan validez al documento

Cuando se sale de allí, se tiene la impresión de haber abandonado un ambiente denso donde los funcionarios hablan como si estuvieran narcotizados. Una mezcla de olores extraños, aire enrarecido y voces monótonas marea a quien no esté acostumbrado a la atmósfera de lo estatal.

La desidia y la pésima formación de los funcionarios también tiene un precio: errores ortográficos y pifias que le restan validez al documento, poca seriedad en los trámites y descuidos al por mayor aseguran que ningún viaje a las oficinas cubanas será el último.

Libre –por el momento– del viacrucis al que se obliga a todo aquel que atraviese el portón de la otrora óptica El Almendares, alguien exclama: "¡Esto es como La muerte de un burócrata!". El diagnóstico es exacto: como en la película de Tomás Gutiérrez Alea, el pantano de las instancias oficiales está más fangoso que nunca y de él no se salvan ni los difuntos.

Pero el mal es mucho mayor en una Isla donde todo funciona al revés: los que salen del Registro Civil observan cómo se enciende a deshora –en la mañana y tras una noche de oscuridad– el alumbrado público.

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