La población se indigna ante la gestión del Gobierno tras el huracán

Las quejas crecen ante una distribución de alimentos que muchos consideran que debería hacerse sin costo alguno

Punto de venta de alimentos para damnificados en la calle Ánimas, Centro Habana. (14ymedio)
Punto de venta de alimentos para damnificados en la calle Ánimas, Centro Habana. (14ymedio)
Zunilda Mata

14 de septiembre 2017 - 18:58

La Habana/Decenas de damnificados por el huracán Irma en la capital de la Isla rodean un improvisado kiosco mientras sostienen pomos y pozuelos de plástico. Las autoridades han dispuesto varios puntos de venta que ofrecen caldo, arroz con proteína y agua embotellada a los ansiosos vecinos.

Con precios de 2 CUP la ración de caldosa y de 8 CUP la cajita con arroz, algo de carne y vianda, los kioscos en diferentes puntos venden comida elaborada para los damnificados. Sin embargo, las quejas crecen ante una distribución que muchos consideran que debería hacerse sin costo alguno.

"No tengo un centavo, todo lo gasté comprando galletas y velas antes de que llegara el ciclón y ahora no tengo nada", lamenta Coralia, una vecina de la calle Marqués González que este miércoles se dirigía a la iglesia La Inmaculada, de la calle San Lázaro, en busca de ayuda.

La marca que dejó el mar en la ciudad es visible aún en las fachadas de la calle Lagunas, cerca de Belascoaín, una de las zonas donde las inundaciones hicieron mayores estragos en La Habana. Pero esa huella es solo la imagen del drama. Lo más difícil ocurre en el interior de las viviendas, donde a la falta de agua se le suma el déficit de víveres.

Las autoridades han dispuesto varios puntos de venta que ofrecen caldo, arroz con proteína y agua embotellada a los ansiosos vecinos

"Esta mañana me comí el último huevo que me quedaba y que sobrevivió de milagro, porque estuvo más de tres días sin refrigeración", cuenta a 14ymedio Eneida, una jubilada de 73 años residente en la calle Escobar. "Ya no me queda nada y tampoco tengo dinero para comprar lo que está vendiendo el Gobierno", asegura.

La céntrica capilla perdió sus imponentes y emblemáticas puertas principales con la fuerza de las olas que superaron el muro del Malecón. Desde que los vientos pararon de soplar han llegado decenas de feligreses y vecinos pidiendo algo de comida y ropa, pero el templo no da abasto.

Rosario, la recepcionista de la capilla describe la situación como "terrible". "No tenemos agua, el comedor donde normalmente damos alimentos a unos 25 ancianos de la zona no ha podido funcionar desde hace varios días y esas personas ni siquiera pueden llegar aquí por las condiciones en que ha quedado el barrio", asegura.

"Por el portón lateral estamos recogiendo donaciones de cualquier tipo: ropa, comida y enseres de cocina, porque aquí hay gente que lo ha perdido todo", reitera la mujer. Otras iglesias también se movilizan para aliviar lo que va tomando forma de drama humanitario. "Está llegando mucha gente en situación muy complicada", remacha Rosario.

En medio de este desabastecimiento, el país recibió entre este martes y el miércoles 10 toneladas de ayuda humanitaria por parte de Venezuela en forma de comida no perecedera, medicinas y agua potable, así como otras 2,2 toneladas fletadas en avión por parte de Panamá, que contienen principalmente enseres de higiene y alimentos.

En medio de este desabastecimiento, el país recibió entre este martes y el miércoles 10 toneladas de ayuda humanitaria por parte de Venezuela y otras 2,2 toneladas fletadas en avión por parte de Panamá

Una de las carpas azules habilitadas por las autoridades de la Isla para vender alimentos está a pocos pasos de la conocida funeraria de la calle Calzada y K en el Vedado. Los vecinos de las plantas bajas y los inmuebles improvisados en antiguos parqueos semi-soterrados fueron los más perjudicados de esa zona en la parte baja del litoral en la que el agua avanzó varias manzanas y dejó daños significativos en numerosas viviendas.

Entre ellos se encuentra Yazmín, madre de dos niños y trabajadora de una empresa estatal. "En mi casa no quedó nada que sirva, todos los muebles se mojaron y mis hijos perdieron hasta las libretas de la escuela", lamenta.

Yazmín esperaba que este jueves los colegios retomaran las clases para "poder ver si hay ofertas de comida más baratas", pero los centros docentes de la zona han postergado la apertura de sus puertas hasta el lunes. "Con los niños no tengo mucha movilidad y tendremos que hacer la cola para un poco de caldosa", se resigna.

En la calle Ánimas de la barriada de San Leopoldo otro punto comercializa un menú similar. Decenas de personas esperan en fila para llevar a casa el primer plato de comida caliente que comerán desde el sábado pasado. El agua también está a la venta a 11,75 CUP la botella de medio litro y 48,75 CUP el pomo de 5 litros, un precio que los afectados por el huracán Irma consideran excesivo.

"¿Cómo van a vender el agua? No entiendo que no repartan todo esto gratis porque saben que la gente de este barrio no tiene ni donde amarrar la chiva", se queja Rigoberto Núñez, un vecino de 57 años

"¿Cómo van a vender el agua? No entiendo que no repartan todo esto gratis porque saben que la gente de este barrio no tiene ni donde amarrar la chiva", se queja Rigoberto Núñez, un vecino de 57 años cuya cistera se ha contaminado. Entre los objetos personales que perdió con la entrada del mar, el hombre asegura que se fue hasta su billetera. "No sé si se me perdió o me la robaron, pero ahora no tengo ni un peso", añade.

Una lata de sardinas cuesta en estos puntos 18 CUP, el salario oficial que un empleado estatal recibe al día, mientras que el picadillo de res asciende a 65 la libra, una cifra impagable para la mayoría.

Mientras esperaban este jueves para comprar la porción de comida, limitada en cantidades para "evitar el acaparamiento", aclara uno de los empleados que la vende, se corre la voz de que la iglesia de la Caridad, en la calle Manrique, está ayudando con medicamentos y algo de leche a los más afectados.

En estampida, salen algunos en dirección a la capilla en busca de esos recursos que se han vuelto ahora mismo la mayor obsesión para miles de damnificados.

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